El mundo es un volcán

La crucifixión de Manuela Carmena

Para hacer frente al intento de crucifixión al que le someten a diario el Partido Popular y sus paniaguados, Manuela Carmena tiene que echar mano de un férreo carácter, moderado por su capacidad de diálogo, forjado en la resistencia antifranquista, la experiencia como miembro del bufete de abogados laboralistas víctimas de la matanza de Atocha, defensora de obreros y de los derechos de los presos, fundadora de Jueces para la Democracia y luchadora sin tregua contra las corruptelas del aparato de justicia.

Quienes están al acecho de cualquier pretexto, por nimio que sea, para saltarle al cuello y desacreditar el Gobierno municipal de Ahora Madrid quizá cuenten con que el peso de sus 72 años le haga gritar un día "¡basta!" ante tanto disparate y ataque gratuito y la devuelva a su confortable aunque activa jubilación. Yerran de medio a medio. No hace falta conocerla a fondo, ni compartir su ideología, ni siquiera haberla votado, para que cualquiera con dos dedos de frente que haya seguido su trayectoria sepa que esta impenitente luchadora por las causas justas se crece ante las dificultades y es capaz de transformar la presión en energía positiva.

Aún es pronto para saber si Carmena podrá cumplir al cien por cien su objetivo de regenerar la gestión municipal y cambiar Madrid para hacerla más habitable y sostenible tras décadas de gobiernos del PP en los que la arbitrariedad, el derroche, el compadreo y la corrupción han sido más norma que excepción. Podría no llegar tan lejos como desearía a causa de obstáculos objetivos, como la resistencia feroz de los poderes fácticos que ven peligrar su línea de negocio, la tremenda presión desde la derecha e incluso desde medios en otro tiempo tan respetados como El País, la oposición brutal de Esperanza Aguirre, la fragilidad del apoyo que le presta un PSOE que ahora mismo no está en sintonía con Podemos, e incluso la inexperiencia del equipo de Gobierno cargado de buenas intenciones pero capaz de cometer errores de detalle que, sobredimensionados, pueden alimentar agrias polémicas, como ha ocurrido con la Ley de Memoria Histórica.

Es imposible profetizar cuál será el balance final del mandato de Carmena, ni siquiera si el hecho de que Ahora Madrid no cuente con mayoría absoluta le permitirá aguantar toda la legislatura. No obstante, incluso en el peor de los casos, la alcaldesa habrá demostrado que las cosas se pueden hacer de otra manera, en sintonía con el espíritu del 15-M, que pone el acento en el interés de los ciudadanos en general, y sobre todo de los más débiles.

La ofensiva anti-Carmena –y en general contra el Gobierno municipal- deja tras de sí un deleznable rastro de escombros y cenizas que, analizado objetivamente, debería perjudicar sobre todo a aquellos, con Esperanza Aguirre a la cabeza, cuyas intenciones exceden en demasía de lo admisible en la relación poder-oposición. La víctima más visible es la tolerancia, pero la huella más profunda se marca en la calidad de la democracia. Ocurren ahora cosas que habrían sido impensables incluso con el cadáver de Franco todavía fresco en su ataúd.

Que dos desconocidos titiriteros pasaran cuatro días en prisión como si fueran peligrosos terroristas por algo en el fondo irrelevante y sacado de quicio, todo lo más un error en la programación festival del Carnaval, o que los tuits de mal gusto de un futuro concejal mucho antes de que soñara siquiera con serlo se convirtiesen en carne de procesamiento, son incidentes que hace 30 o 40 años se habrían considerado insignificantes. Estaban en juego entonces cuestiones mucho más importantes, entre ellas la garantía de la libertad de expresión, trabajosamente recuperada tras la larga dictadura franquista y que ahora está amenazada .  

Incidentes como los que la derecha eleva a la categoría de escándalos, magnificados por las redes sociales, y que rebotan siempre sobre Carmena, son el reflejo de la descabellada relevancia que tiene hoy lo políticamente correcto, tan desmesurada que fuerza la autocensura incluso en el ámbito privado. Porque en esta guerra vale todo, incluso que gente cuya catadura moral no le llega a Carmena a la altura del betún se atrevan a darle lecciones de moralidad.

Con todo, la alcaldesa no puede permitirse el lujo de hacer oídos sordos al ruido político y mediático. No cuando sus enemigos tienen una enorme influencia en los medios de comunicación y cuando las tertulias televisivas y radiofónicas en las que a veces hay más insultos y acusaciones falsas que argumentos razonados se solapan o sustituyen en la práctica al debate en los órganos institucionales de representación, incluido el Ayuntamiento. Por eso, Carmena, además de forjar una política de comunicación más eficaz –ya está en ello-, debe esforzarse en controlar a su equipo de Gobierno para evitar más errores, por insignificantes que sean, que la pongan de nuevo ante las patas de los caballos.

Lo malo es que la estrategia de la oposición funciona. No importa que sea burda, como cuando se califica de "ocurrencias" iniciativas de gobierno muy serias, o cuando Aguirre denuncia en un pleno que se ha multado a uno de sus concejales por pasarse un minuto en el tiempo de aparcamiento de su vehículo, mientras que son escasas las sanciones por incumplimiento de la ordenanza sobre limpieza. Como si el Ayuntamiento del PP no hubiera multado a los infractores de tráfico. Es difícil imaginar una forma menos elegante y coherente de atacar a un enemigo político, procedente por cierto de quien, con su espantada en la Gran Vía, demostró de sobra su falta de respeto por los agentes que velan por el respeto a la ley.

Todo, incluso lo más absurdo, vale para crucificar a la alcaldesa. Así, por ejemplo, ABC se atreve a publicar titulares como estos: "Los escándalos de Ahora Madrid desbordan a Carmena. Ocho meses entre juicios, peleas internas y escasa gestión". Y un puñado de fascistas, amparados –ellos sí- en  el derecho a la libertad de expresión, se echan a la calle ante el palacio de Cibeles y montan unos títeres de Carmena, con personajes como La güela Carmena y Rita Capillita, en alusión a la portavoz del consistorio enjuiciada por una protesta en top less hace años, cuando como Zapata tampoco era nadie en política, contra la existencia de capillas en la universidad pública.

Se habla y se escribe tanto o más de insignificancias elevadas a la categoría de escándalo que se difumina la huella mediática de los auténticos e importantes escándalos de anteriores Gobiernos municipales, que hacían y deshacían a su antojo sin apenas fiscalización externa. Como el que afecta a la empresa pública Mercamadrid, con anomalías tan llamativas como el pago de 300.000 euros por la ceremonia de primera piedra de una obra, banquetes pantagruélicos con barra libre o la presunta malversación en la adjudicación de suelo público.

Por no hablar de que, desde la Comunidad Autónoma presidida por Aguirre y el Gobierno de la nación encabezado por Mariano Rajoy, se produjo una bajada de pantalones en el caso Eurovegas, un humillante sometimiento a las desorbitadas pretensiones de un magnate de los casinos émulo de Donald Trump, sin que a la postre ese retorno a los tiempo de ¡Bienvenido Mister Marshall! condujera siquiera a un acuerdo. Fue esa una actitud vergonzante que contrasta con la dignidad con la que se desarrolla ahora la negociación con el grupo chino Wanda sobre el futuro del edificio España, que dirige ahora Carmena con buenas perspectivas, pese a las injustas acusaciones que le llueven de crear un clima contrario a las inversiones extranjeras.

La coalición derechista de enemigos de la alcaldesa y de Ahora Madrid, consigue desviar la atención de lo más importante: los resultados de una gestión con una vocación de participación ciudadana que se resumen en dos ideas: "Gobernar escuchando" y "Alcaldes somos todos". Esa es la clave, por ejemplo, de los presupuestos participativos que, ya para el ejercicio de 2017, permitirán que sean los madrileños quienes decidan el uso que se da a 60 millones de euros. De momento, se trata de un experimento, pero con perspectivas de ampliarse a una porción relevante del total del gasto, que hoy se acerca a los 4.500 millones.

Otro compromiso básico es el de rendir cuentas, que ya ha comenzado a aplicarse con la presentación de informes sobre las diversas áreas de gestión, para escrutar su eficiencia. El tráfico, la limpieza –De Madrid al cielo, no al suelo-, el transporte público y la Agencia de Empleo figuran en la primera tanda. El mismo procedimiento se aplicará a otros capítulos, como la lucha contra los desahucios o contra la contaminación, un aspecto este último en el que, por primera vez en la historia, se han adoptado medidas, no por polémicas menos necesarias. El objetivo es aplicar un sistema objetivo de fiscalización, accesible y abierto para la oposición, que permita medir la eficacia de la acción municipal y que vaya más allá de la palabrería política.

Un buen ejemplo del compromiso con los colectivos más vulnerables es la campaña Madrid sí cuida, destinada a concienciar e informar del derecho a la asistencia sanitaria a muchos ciudadanos, sobre todo extranjeros, desconcertados tras las restricciones al uso del sistema público de salud aprobado en 2012 y su derogación en 2015 en la Comunidad de Madrid, a la que está transferida la Sanidad. En la misma línea va el compromiso de solidaridad con las víctimas de la pavorosa crisis migratoria, que se hizo pancarta gigante en la fachada del Palacio de Correos con la consigna Refugees welcome.

Carmena libra una batalla de largo aliento, a cuya primera fase le quedan por delante más de tres años (hasta las próximas elecciones), y cuyos resultados tardarán aún en ser visibles. Para potenciar su eficacia, lo ideal –aunque muy difícil mientras Aguirre controle la oposición del PP en el Ayuntamiento- sería que la derecha hiciese un ejercicio de responsabilidad que incluyese una tregua y respetase el derecho de Carmena y Ahora Madrid a gobernar la capital sin esta guerra sin cuartel, que quizá proporcione algún rédito político pero que perjudica los intereses de la mayoría los ciudadanos, cuya defensa debería ser la esencia de toda acción política.

El proceso de acoso y derribo a la alcaldesa no ha hecho más que empezar. Lo deseable sería que, más allá de los ataques de la oposición, la bisoñez e inexperiencia del equipo municipal, o las diferencias entre PSOE y Podemos puestas de manifiesto en el tormentoso proceso de formación de Gobierno en España –con potenciales efectos negativos sobre los pactos municipales y autonómicos- no dinamitasen la esperanzadora experiencia de gestión que vive Madrid.

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