el pingue

De caza

Cuando era un adolescente, de esos de granos en la jeta, bigotillo incipiente y hormonas desatadas por amores inaccesibles, solía ir de caza con mi buen amigo David y, a veces, con mi padre quien se hizo cazador para pasear; esa fue la conclusión que saqué cuando hace unos pocos años inutilizó la escopeta. Yo creo que toda su trayectoria se resumiría en una codorniz que se le adjudicó a él y una torcaz que, asegura, se murió del susto..... Aun así los paseos con Tomás y Alejandro y el posterior almuerzo a media mañana paliaban, o la desesperación por la escasa fortuna o la frustración por la escasez de animales.

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Hace unos meses cayó en mis manos un libro, La caza en la cocina, de Juan Carlos Peláez. En sus páginas encontramos recetas, técnicas, un diccionario de cocina  y anécdotas de su familia y propias. Si a alguien no le gusta esta actividad que lea los relatos de su infancia y comprobará que la caza forma parte de la tradición -a veces muy rancia- y de la propia vida de un país, de sus pueblos, de infancias y de buenas y sanas comidas. Es más, ésta servía para llevar a las casas, no hace tanto tiempo, algo que comer.

P.D: Si me interesa alguna conversación sobre el affaire es saber quién fue el que cazó esos fabulosos especímenes. Lo quiero conocer porque en estos almuerzos, más que cacerías,  a las que yo asistía, lo que se hacía era empujarse buenas viandas de matanza, buen pan comprado a la mañana y acompañar la alegre conversación con tragos de vino que viajaba, entre cuetos y rastrojos,  dentro de la bota de vino. Además,  los participantes y "participantas" lo que hacían era ironizar, cuando no mofarse, de la falta de tino, del tropiezo en la linde o de lo fácil que había sido abatir la pieza. Es por esto, por lo que digo que lo que me parecería reprochable es que les hubieran puesto los bichos y les hubieran dicho"su señoría, su excelencia, disparen", y en caso de acertar hubiera habido un palmero o palmera que aclamara aquello de "qué bien me disparan, señor juez, señor ministro". Ya me imagino el siguiente almuerzo, sin sus señorías, entre cazadores y  cazadoras de mofletes sonrosados, comentando la jugada. Me troncho.

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