el pingue

Mil Milagros.

El día que te levantas y "necesitas" ir a comer informal decides entre: una pizza, una hamburguesa, unas tapas de embutido o pescado frito. Después de desayunar te planteas si esas tapas serán en el centro, al lado de casa, o quizá mejor sentado en una mesa en vez de en una banqueta junto a un incómodo barril de vino. Te asalta la duda de si habrá sitio, si se podrá ir con carrito de niños o si, por el contrario, tendrás que pasar por el todo en uno -burguer, pizzería, kebah- que hay a la vuelta de la esquina.

Mil Milagros.

Eliges informal, sentado, sin olor a fritanga, con buena relación calidad precio y, qué caramba, el nuevo que han abierto para así defenestralo o agarrar la tarjeta  y guardarla para futuras visistas. Algo así sucedió hace unas cuantas fechas cuando nos acercamos al Mil Milagros.

Mil Milagros.

Mil Milagros me recuerda a la estrofa de una canción de Martirio: "Con mi Chandal y mis tacones, arreglá pero informal". No es lo mismo ir a comer una hamburguesa de batalla y en caja de plástico que plantarte ante una de rabo de toro deshuesado. Tampoco el comerte una ensalada César que una de caza y, mucho menos, comerte una tajada de foie arrasada por el calor de la plancha y escurriendo grasa, que un milhojas de foie. No es lo mismo, que cantaba Alejando Sanz.

Mil Milagros.

Lo que comes cuesta lo que pagas por ello, y encima está bueno. Y si no hagan cuentas.  Me parece una propuesta divertida, en la que los platos se convierten en tapas, casi,  tamaño plato único. Merece una visita.

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