el pingue

Rancho

Romualdo agarró la cayada, el sombrero de paja y salió, como cada mañana, de la residencia de Alcaceres de Arriba. Su paseo consistía en dar vueltas a la finca que rodeaba el edificio de piedra que albergaba el asilo y que anteriormente había sido la sede de Hispadrola de Aguas en la comarca. Sus dos hijos le había llevado allí al enviudar de Sonsoles. Para ellos había sido un alivio y para él un retiro soñado. Hasta esa mañana.

Rancho

La residencia Rincón de Paz disponía de instalaciones renovadas, aire acondicionado en cada habitación, sala para masajes e hidroterapia, médico veinticuatro horas y un servicio de comidas atendido por una filial del Parragón, el único tres estrellas Michelin de la comunidad.

Tenía un menú variado a base de cremas de verduras Eco, zumos de frutas exóticas "llenos de antioxidantes", agua osmotizada, dulces bajos en azúcares, ensaladas mézclum cada día, vino sin alcohol, panecillos de diferentes sabores y muy mollares,....., en resumen un menú tan novedosos que estaba siendo estudiado por distintas empresas geriátricas para implantarlo en sus residencias.

Romualdo ya no podía más. Se lo había dicho a sus hijos:

-Esta gente ni cocina. ¡Qué les costará!.

-Es mejor así, papá. Todo viene analizado, testado, esterilizado y medido para que sea una alimentación equilibrada.

- Si vosotros lo decís...

Cada día, después de comer se sentaba en la escalera que daba acceso al jardín llamado Rosaleda, bajo la sombra del Pino centenario. Colocaba el bastón entre sus piernas abiertas y equidistante a sus pies, apoyaba las dos manos en el mango curvo, se recostaba sobre la piedra de sillería y recordaba los guisos de alcachofas con jamón de la matanza, las lentejas con chorizo, las codornices escabechadas, los bizcochos de aceite, la pringá que Sonsoles le hacía cada vez que había puchero...

-Hemos comido bien hoy, eh, Romualdo...

-Sí señorita. Muy bien. Como en casa.

Así contestaba a las encargadas de comedor, sin inmutarse, pero mirándolas de abajo arriba, sin quitarse el sombrero, sin soltar el cayado.

Esa mañana, a sus ochenta y tres años, no se sentó tras el desayuno en la puerta. Tampoco dio vueltas a la finca ni bajó al billar. Se fue por el arcén de la nacional XII hasta el pueblo. A medio camino vio salir gente aún del puticlub, incluso una trabajadora le pereguntó dónde iba con el calor que hacía.

-A comer algo maja.

-¿Le matan de hambre abuelo?

- No hija, es que son muy finos.

La prostituta se rió...

- Entonces como nosotras

- Eso es maja. Como vosotras pero con bata.

 

Letrasjuntas nº12

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