No entiendo la tierra ni las casas sin las gentes que las habitan. Quizá sea parte de ese miedo a la soledad que a veces recuerdo de cuando niño exploraba la casa de adobe del pueblo. Aquella casa olía a puchero, a madera, a ajo frito, a leche a punto de hervir y a canela para su arroz.
La casa de Robin Food huele a vida. Al lado, la de Martín Berasategui esconde, bajo la escalera, gigantes ollas cociendo pausadamente caldos suculentos mientras, alrededor, se estiran redaños, se pican puerros, se cuecen rabos, ......
La casa blanca de David de Jorge y su equipo no es más que el salón en el que refugiarse si pica el sol o la lluvia y dedicarse, con el cojín prieto al lomo, a hablar de lo térreo. La casa y el programa de Robin Food están hechos a escala humana, sin listas, sin números, sin doblez, de una pieza, como él mismo.
Gracias.
***El título es de Bobpop, quien me ha dedicado esta mañana un rinconcito de su contra. Una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca.
Comentarios
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