el pingue

Casa Marcelo

Hacía años que quería ir a Casa Marcelo. Hacía tanto que ya ha habido una remodelación de local. Ahora es un cine, un teatro óptico en el que los actores atraviesan la pantalla y aparecen a tu lado. Portan lozas inmaculadas, de diferentes tamaños, blancas, de las que, a veces, sale vapor, el cual, por efecto del movimiento, parece desprenderse de la chimenea de un antiguo barco bacaladero, o de un tren de aquellos de carbón que asaltaban los indios, tahures  o buscadores de fortuna.

Todo es orden. De las alacenas salen teteras, platos calientes, pequeños recipientes. No hay ruido pero sí miradas, órdenes susurradas, vigilancia, sonrisas, preocupación, limpieza. Eso es, también, la cocina de Marcelo Tejedor.

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Lo primero que comí fue una porción del pan que allí facturan. Sólo por eso ya merece la pena pagar una butaca. También di un sorbo a un delicioso vino: Pedralonga 2006 Barrica

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Por delante pasaron las palomitas que escondían foie.

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Sopas rústicas hechas para acompañar la luz de Santiago.

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Una caballa escabechada que me devolvió a casa y me hizo comprender que todo está  muy cerca, que el guiso es memoria. La cocina es memoria....

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Patatas pergaminadas, como los bandos de Roma, que cuentan historias de hambre, de trampantojo, de ilusión, de humor.

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Espárragos del Ulla, tersos, cocidos al momento, recién desatados, calientes, fálicos.

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Un viaje a Celeiro, una pequeña historia de marineros, de manos agrietadas por las maromas de cáñamo, de limones para el escorbuto.

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Carne gallega, codorniz con berza. Cazadores, huerta y pastos.

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Planeta rojo con sabor a fresa que aparece tras una bruma de aroma a coco.

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Y mandarinas del patio, al parecer sin aroma en crudo, pero con alma en helado.

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Cuando la sesión terminó, tocaba la merienda: recuerdos de ajustes, de escasez, de galleta maría rellena de mantequilla, juego de infantes, recurso de alacena.

Casa Marcelo es cocina con mayusculas, limpia, sencilla, por eso difícil. La perfección no existe pero la obra maestra, creo,  sólo lo es si además tiene pellizco y esto es lo que yo llamo pasión. La cocina de Casa Marcelo queda marcada en la memoria. Es humana.

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