el pingue

"Tratado del buen uso del vino". François Rabelais

La terraza está a pleno rendimiento. La teca bien lijada, aceitada y pulida. Los cojines recién pasados por la lavadora, tres guindas en el árbol, un olivo atado a una vara de bambú para que no se muestre decaído a los ojos del público asistente, dos tomateras en flor, unas cuantas velas anti-mosquitos y un caldero hasta el borde de hielo donde sumergir cerveza y cava. Un fin de semana, el pasado, para recordar. Momento dulce rodeado de amigos y familia en el que celebrar que la vida nos  da un respiro.

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Esta vez no abrí latas y me dediqué al guiso, al escabeche, al marisco, al rape, al foie, al boquerón, al pernil ibérico, a la mojama, a los pimientos asados a fuego, y al vino. Rafa, quien sabe de vino porque es un exquisito bebedor, me adjuntó unas Fever-Tree y el libro Tratado del Buen uso del Vino, seguido de Los Sueños Raríficos de Pantagruel de François Rabelais. En el mismo una frase me da la clave: "Y es por eso que prescribe a sus discípulos una botella de espumoso contra el desaliento, la cólera negra, la contrición, la tristeza, la pena, la añoranza, la melancolía, el fastidio, el sorbonismo, el secamiento de seso y los desengaños".

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A ello, sin querer, me he puesto ya desde el fin de semana. Imagino que los vinos, muchos de ellos regalo de Soledad, Manuel, Martí y Mari, habrán ayudado a marinar mi seso y que fruto de ello sale este post, casi a regañadientes, resultado del fin -espero- del desierto en el que se ha convertido el día a día de mi actividad glotona. A veces pienso que he de escribir, otras que tan sólo sobre aquello que me apetece, las menos sobre lo que estoy obligado  por compromiso. Secano, barbecho, regadío, esa es la tierra en la que discurre este blog y "mi yo bloguero".

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