el pingue

St. John Bread and Wine. Un sándwich y un yogur.

 

El domingo no me pareció oscura la City de Londres. La ciudad del dinero no devora a sus hijos, tan sólo cede paso  a turistas, ciclistas y ciudadanos perdidos que vagan por sus calles rumbo al mercado en busca de candilejas, baratijas, artesanías o una porción de comida que durante los demás días no puede comer sin prisas, sin blackberry.....

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Es el día de Brick Lane y su mercado, el día en que Lewis Floyd Henry  acerca su música a la enladrillada calle, aporreando la batería y los platillos mientras acaricia su guitarra eléctrica. "¿Eres tú un cazatalentos? No me interesas", parece explicar su esquiva mirada y sonrisa.

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La calle se atesta de cámaras que inmortalizan momentos fugaces y estáticos, sin apenas tiempo para detenerse ante tanto cacharro inservible, ante tanto puesto de comida..... Pero todo comienza cuando sales del bus  en Liverpool St. dirección  Spitafields, ese mercado que ha perdido autenticidad y en cambio un arquitecto archifamoso ha convertido en un espacio diáfano, con suelos nuevos, vigas restauradas y bien pintadas. Los nuevos tiempos, imagino. Espero que no hagan lo mismo con Borough.

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Londres me afecta y me invita a comer a cada paso. A las diez de la mañana el estómago reclamaba mi atención. Casi enfrente del mercado está el St. John. En el tiempo que estuve viviendo en la ciudad, durante todas mis visitas, siempre había pasado delante y nunca había reparado en que fuera "uno de los grandes". Tenía ganas de conocerlo y cuando Ibán Yarza me aconsejó su visita marqué con un círculo rojo el lugar exacto.

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Huele a pan. El gris del cielo entra por los ventanales y una mezcla de melancolía y paz se apoderan de ti. Antes de sentarnos pasamos por delante de la estantería donde tienen los panes, los bollos, las eccles cakes. Mientras, justo detrás, dos personas se afanan en preparar una nueva hornada.  (......)

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Café para los dos. Un sándwich  y un yogur con manzana. No hablo. Soy muy primario. Si tengo hambre sólo pienso en comer. Llega el café caliente, en taza, con buena espuma, densa. A continuación el yogur. La manzana me lleva hasta la cocina de mi madre cuando hacía tarta, cuando la fruta conservaba la forma pero estaba soasada, como ésta. Masticamos lentamente. "¡Cómo está!". La camarera sonríe. De repente llega el sándwich. Inmenso, quizá no pueda con todo pienso. Doy el primer bocado. El segundo. Me recuesto en la silla. Sé que se acabará pero intento que no pase inadvertido. Un bocadillo de pan, tan sencillo, tan bueno, sí, creo que de estrella michelín.... Con el dedo me descubro cogiendo una brizna de bacon y apretando con el dedo una costra de pan que quedaba en el plato.. Me sonrojo, la camarera me ha visto....

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St John es un viaje al inicio, cuando nadie concebía que el pan no fuera así, donde el tiempo se ha parado en el mejor momento de ahumado del bacon, donde el horno abre su panza para darte calor y eso se nota.

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