el pingue

Las monjas me hicieron engordar

Cuando llegué de mi pueblo a la ciudad,  al Instituto Zorrilla, eché de menos los bocatas de queso y tomate, las galletas María Fontaneda envueltas en papel Albal -no había marcas blancas- o la tostada de pan con aceite que mi madre me preparaba para el recreo de la E.G.B. Lo pasé mal poco tiempo pues rápidamente me fijé en que los compañeros de tercero y de C.O.U sabían dónde se hacían los mejores ochos, los más baratos bocatas de mortadela de aceitunas y el casi regalado y mítico bocata de patatas fritas de bolsa, tan graso y anti-dietético como lo puede ser un buen torrezno de papada,  pero igual de "mata hambres".

 

cubiertadulces.JPGPues bien. El último regalo que he recibido por parte de mi madre y de mi padre ha sido el libro Dulces y postres de las monjas, que han publicado las Hermanas Franciscanas-Clarisas de Santa Isabel de Valladolid. Efectivamente, las mismas que me suministraban ese gigantesco ocho de crema que devoraba en la media hora de asueto, mientras de soslayo revisaba a las alumnas del instituto que, justo hasta ese año, había sido "solo para chicas".

Recuerdo la cola detrás del torno y esa curiosidad por saber cómo sería quien nos iba a despachar. Juro que yo pensaba que eran tullidas, feas,  o qué sé yo.

Lo más curioso de todo es que alguna mañana, de camino al instituto, veía parada en la puerta la furgoneta caqui del ejército. No sé tampoco por qué pero recuerdo que pensaba que, al menos cuando hiciera la mili, el desayuno estaría salvado. Pero no queridos, dejaron de vender estos bollos al ejército y nos tocó ya el producto industrial embolsado. Yo creo que por eso me pusieron en la cartilla lo de "Valor: se le supone", nunca comía bollería industrial,  sólo churros y pan migado.

Recuerdo el diálogo con la monja, tras la reja:

-"¡Ave María Purísima!

-Sin pecado concebida. 

-Quería un ocho

-¿De crema o de chocolate?, pues también los había bañados de cobertura

-De crema, de crema, hermana.

 

 Ahora bien, como siempre al cura le habíamos oído aquello de mirar, de los malos pensamientos y de la lujuria y tal, nunca nos transformábamos en jabalís en busca de jabatas hasta pasado el quicio del convento, no fuera a ser que la justicia divina nos hiciera tropezar y aquel, nuestro preciado tesoro, se malograse rebozado de gravilla.

Las monjas me ayudaron a engordar pero también me hicieron feliz . Escasos 15 minutos pero felices.

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