El tablero global

¿Y los derechos humanos, qué?

Barack Obama volverá a ser esta próxima semana la gran estrella de la diplomacia internacional; la guía del resto del mundo hacia soluciones multilaterales para todos los males, desde la recesión económica hasta el cambio climático, pasando por la carrera de armamentos. Y lo hará tanto en el G-20 como en la Asamblea General de la ONU, incluso convirtiéndose en el primer inquilino de la Casa Blanca que presida una de las raras sesiones del Consejo de Seguridad a nivel de jefes de Estado o de Gobierno, esta vez sobre desarme y proliferación nuclear.
Pero entre tanta fanfarria de cumbres y conferencias mundiales, con los Ocho Grandes dando lecciones financieras y las potencias atómicas impartiendo doctrina pacifista, todos se van a olvidar de que esa concordia planetaria se está haciendo a costa de descuidar las tremendas violaciones de los derechos humanos que siguen envileciendo las llamadas civilizaciones.
Con la coartada de que es prioritario salvar el sistema económico mundial, Washington ha decidido hacer caso omiso de los abusos de gobiernos que controlan grandes recursos energéticos, monetarios o de materias primas. Ya no importan las restricciones a la libertad de expresión, ni la esclavitud de las mujeres, ni la represión de las minorías, ni las ejecuciones extrajudiciales, si se cometen en países tan cruciales hoy para la supervivencia del capitalismo como son China, Arabia Saudí, India y Rusia.
En cuanto a la Unión Europea, pocas asociaciones mantienen posturas tan diametralmente opuestas como las que airean sus miembros en cada caso particular. Mientras británicos y checos denunciaban la situación en Tíbet, los húngaros proclamaban su "orgullo" por ser "socios de China en el diálogo sobre derechos humanos"; cuando la mayoría de los países europeos acudieron a la conferencia de la ONU contra el racismo en Durban, Italia, Alemania y Holanda se sumaron al boicot estadounidense del encuentro, alegando que era antisionista.

Por supuesto, EEUU seguirá vetando cualquier iniciativa internacional para castigar los crímenes de Israel contra el pueblo palestino; Rusia mantendrá su apoyo a crueles regímenes aliados como el de Irán (que, a cambio, olvida a Chechenia en su campaña mundial de fomento del integrismo islámico); China continuará impidiendo que se castigue de verdad a tiranías como la estratégica Birmania o el petrolero Sudán; y todos los demás países tratarán de emular, en beneficio propio, ese edificante comportamiento de los amos del planeta.
Hace poco, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU avaló formalmente la ofensiva del Ejército de Sri Lanka contra los Tigres Tamiles, en la que perecieron más de 10.000 civiles y tras la cual cientos de miles de desplazados sufren una espantosa catástrofe humana en salvajes campos de concentración.
La descarada falta de principios de las potencias industriales ha provocado el cínico escepticismo del resto del mundo: el año pasado, 117 de los 192 países de la ONU votaron más de la mitad de las veces contra las iniciativas occidentales de defensa de derechos y libertades.
Claro que, si a nosotros sólo nos preocupan los negocios y las armas, ¿qué podemos exigirles a los demás?

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