El tablero global

Ahora, a negociar con los talibanes

Casi nos hemos olvidado de que para la guerra de Afganistán la OTAN invocó por primera vez en su historia el Artículo 5 de la Alianza, que requiere la defensa colectiva de un miembro que esté bajo ataque enemigo. Fue la señal más importante de solidaridad internacional con EEUU, tras los sangrientos atentados del 11-S, y el inicio de la "guerra contra el terror" de Bush.
El patente fracaso de esa estrategia queda hoy en evidencia no sólo en los campos de batalla, sino hasta en los despachos de la burocracia de la Casa Blanca, donde el nuevo presidente Obama ha dado órdenes a su equipo de no volver a mencionar esa terminología nunca más. Así que los funcionarios del Pentágono se refieren ahora a esa "guerra" –por definición, interminable e imposible de ganar– con perífrasis del estilo: "Operaciones defensivas en el extranjero". Eso incluye los ataques dentro de
Pakistán con misiles lanzados por aviones no tripulados de EEUU (los famosos drones), que causan una gran mortandad de civiles incluso si aciertan su objetivo: uno de los supuestos cabecillas de Al Qaeda o comandantes talibanes.
Pese a su profunda revisión de la grotesca política exterior de Bush, Obama ha decidido continuar con esos bombardeos por control remoto porque estima (acertadamente) que el conflicto no es sólo afgano, sino que se libra en el territorio "Af-Pak", en la jerga de lo militares estadounidenses. Por tanto, el frente está también en las áreas tribales paquistaníes, donde además se cree que está escondido el propio Bin Laden. Es por ello que el presidente de EEUU insiste en que Pakistán tiene que formar parte de la ecuación.

Ahora bien, cada vez está más claro para los estrategas del Pentágono que la ofensiva aérea robótica es otra táctica fallida, ya que –aun cuando los Predators hayan dado muerte a una decena de importantes jefes terroristas– los inesperados e indiscriminados ataques de esos drones no están en absoluto logrando intimidar al enemigo. No sólo exacerban el sentimiento antioccidental de las poblaciones afectadas, sino que incluso convencen a los insurgentes más fanáticos de que la superpotencia satánica está utilizando robots porque no se atreve a enviar a sus soldados a luchar "como hombres" contra los aguerridos combatientes yihadistas.
Todo esto, sumado al resurgir talibán dentro de Afganistán, ha convencido a Obama de que esa guerra tampoco se puede ganar, por lo que la "estrategia de salida" debe incluir un diálogo con lo talibanes moderados, si es que esa especie existe. "Parte del éxito en Irak", declaró al New York Times, refiriéndose al surge (oleada, como se llamó el refuerzo militar puntual) que empezó a normalizar la situación allí, "consistió en abrirse hacia gente que hubiéramos considerado fundamentalistas islámicos, pero que estaban deseosos de cooperar con nosotros". Eran los jeques suníes locales, hartos de la orgía de sangre desencadenada por Al Qaeda.
Ahora, se trata de hacer lo mismo en Af-Pak, visto que la derrota militar de los insurgentes es imposible, y abrirnos hacia los combatientes talibanes para los que la yihad (guerra santa) global es mucho menos importante que sus convicciones tribales: el nacionalismo pastún, la resistencia a la ocupación de tropas occidentales, la defensa de valores musulmanes tradicionales, y las rencillas y rivalidades entre clanes. Según muchos analistas, los talibanes cuyo componente ideológico integrista es irreconciliable están en minoría.
El error fue no invitar a ningún representante de esos grupos tribales a la conferencia de reconstrucción de Afganistán de finales de 2001. Cuando por fin se intentó atraerlos a la mesa de diálogo, en la comisión del Gobierno afgano de 2005, sólo se prestaron a la reconciliación 12 de los 142 líderes talibanes conocidos.
Los demás sólo abrirán el puño, para aceptar la mano tendida de Obama, cuando se convenzan de que no pueden derrotar a la OTAN igual que vencieron a la URSS. Así que tenemos guerra para rato.

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