El tablero global

Algo huele a podrido en la política francesa

Tras el escándalo de financiación ilegal del partido de la derecha francesa en el poder, es de agradecer que el ministro de Trabajo accediese a dimitir de su cargo... de tesorero de esa misma UMP. Aunque podría haber pensado antes que quizá no era muy ético llevar las finanzas del partido al mismo tiempo que ejercía como ministro del Presupuesto. Igual que se le podría haber ocurrido que no quedaba demasiado bien que su esposa trabajase para el bufete de gestión de la fortuna de la mujer más rica de Francia, que evadía impuestos en paraísos fiscales, mientras él dirigía la Hacienda pública en una campaña de persecución de contribuyentes poco cooperativos.
No, nada de esto es estético, incluso si no fuera cierta la afirmación de la contable de Bettencourt de que, tras las cenas de gala con políticos en su mansión, se repartían sobres de dinero a los asistentes "en un saloncito de la planta baja, cerca del comedor".

Sarkozy está en un brete como el de su antecesor en el Elíseo, Chirac, cuyos empleos ficticios cuando era alcalde de París aún están bajo investigación. O el del ex primer ministro Juppé, condenado a pena de cárcel (que nunca cumplirá) en 2004 por la financiación ilegal del principal partido de la derecha en los años ochenta y noventa. Tampoco está aclarado aún el affaire de las comisiones por la venta de submarinos a Pakistán, en 1994, cuando el ministro de Presupuesto era... Sarkozy.
Desde que se limitaron los donativos a los partidos políticos, en 1988 y 1995, el número de esas formaciones (muchas fundadas por ex ministros) se ha multiplicado por diez en Francia (pasando de una treintena de partidos registrados en 1990 a los casi 300 que hay ahora), con el único fin de recaudar fondos públicos y canalizar otras aportaciones.
Ética y estética aparte, algo huele a podrido en la política francesa.

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