El tablero global

Devastaron Irak y ni siquiera les da vergüenza

Hace pocos días, el vicepresidente iraquí, Adel Abdul Mahdi, reconocía a The New York Times: "Deberíamos avergonzarnos de cómo hemos gobernado nuestro país". Ciertamente, la élite que EEUU encumbró al poder tras invadir Irak ha demostrado no sólo incompetencia, sectarismo y egoísmo sin límites, sino también una codicia de verdaderos cleptócratas.
Al menos, Mahdi lo reconoce. Igual que la directora del MI5 de 2002 a 2007, Eliza Manningham-Buller, admitió ante la comisión investigadora que no había prueba ninguna contra Sadam antes de la invasión, que la guerra provocó un auge terrorista islamista en todo el mundo que llegó a desbordar a los servicios secretos occidentales, y que "radicalizó a toda una generación de jóvenes que la vieron como un ataque contra el islam". Y ¿quién lo puede saber mejor que la jefa del espionaje británico?

Salta a la vista que más de siete años de delirio bélico han devastado un país de grandes riquezas; han causado la muerte directa de al menos 100.000 civiles (y provocado cientos de miles de fallecimientos por la destrucción del sistema sanitario y de la red de los suministros básicos); han acabado con los progresos sociales de un régimen laico, arrastrando a la sociedad hacia el oscurantismo de un pasado integrista; han desviado los esfuerzos de la lucha contra Al Qaeda, atizando en cambio el reclutamiento de sus sicarios suicidas; han entregado Irak a unas milicias chiíes con las que Irán tiene más influencia en su vecino de la que jamás hubiera soñado alcanzar con Sadam...
Además, "le dimos a Osama Bin Laden su yihad iraquí, de forma que pudo infiltrarse en Irak como nunca lo habría logrado", especificó la gran jefa de los espías con licencia para matar. Hasta ella, hoy miembro de la Cámara de los Lores, se mostró abochornada al admitir que no logró convencer a los neocon qu e rodeaban a Bush (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz y Perle) de que se lanzaban hacia un abismo criminal.
En cambio, otros no tienen ni la vergüenza de dejar de justificar esa abominación, como Blair, o incluso llegan al descaro de hacer burla de ello, como Aznar. Su cinismo pasará a la historia de la infamia.

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