El tablero global

EEUU sigue alimentando la guerra de los narcos

Joy Pruett, propietaria con su marido Jim de la armería Guns and Ammo de Houston, luce una camiseta de propaganda de su empresa que la define como: "Sus cuarteles generales antiterroristas". De las paredes cuelga un arsenal militar de fusiles ametralladores y rifles de repetición digno de una base de los comandos especiales del Ejército. Cualquiera que tenga carné de conducir y carezca de antecedentes policiales puede comprar allí cuantos
kalachnikov quiera.
El eslogan comercial de la camiseta de Joy muestra hasta qué punto los norteamericanos están atrapados por la falacia ideológica republicana: esos AK-47 y AR-15 no sólo no han servido jamás para combatir el terrorismo, sino que son los que permiten a los cárteles mexicanos formar ejércitos de sicarios con más potencia de fuego que los soldados que tratan de hacerles frente. Los narcos convierten algunos de ellos en ametralladoras y también se abastecen en las armerías estadounidenses de rifles de calibre 50 (capaces de detener un coche en marcha de un solo disparo) y de pistolas belgas cuyos proyectiles perforan los chalecos antibalas policiales. ¿Qué función antiterrorista tiene todo eso?
1.500 armerías en Houston
Sólo en el área de Houston hay 1.500 armerías como la de Joy Pruett,
de forma que una misma persona puede ir adquiriendo armamento diariamente en esa zona durante varios meses sin que salte ninguna alerta. En Estados Unidos no hay control informatizado de las armas que se venden y si queda constancia de la transacción es sólo el papel que guarda el comerciante en sus libros, y

que no tiene por qué entregar a las autoridades.
En las frecuentes ferias de material bélico que se celebran en Texas, Arizona y Nuevo México, los particulares que venden sus armas ni siquiera tienen que anotar el nombre del comprador, mucho menos informar de ello.
Todo ello explica sencillamente por qué el 90% de las armas que usan los narcos mexicanos procede de las 7.500 armerías que operan en esos tres estados fronterizos de Estados Unidos. Además, desde que la Administración Bush dejó expirar, en 2004, la prohibición de venta de 19 tipos de fusiles ametralladores que impuso Bill Clinton, la Policía mexicana se ha encontrado con que la mitad del armamento de los narcotraficantes es precisamente de esa clase.
Inestabilidad gubernamental
En resumen: 15.000 de las 30.000 armas incautadas en los últimos dos años en México son de alta potencia militar, y casi todas ellas han sido adquiridas al otro lado del Río Grande. No cabe duda de que Estados Unidos está alimentando una guerra en su país vecino que, aparte de causar miles de muertos, amenaza la misma estabilidad del Gobierno, como constató en noviembre el Pentágono, al equiparar esa situación con la que padece Pakistán.
Pero Barack Obama ha sido incapaz de cumplir su propia promesa electoral de reimplantar la prohibición de venta de fusiles de asalto en Estados Unidos. El presidente admitió ayer en México que no lo ve posible, ante la oposición de los congresistas republicanos y algunos demócratas conservadores. Así que ofreció a su homólogo mexicano Felipe Calderón más dinero y más material bélico de alta tecnología, de forma que la guerra no sólo seguirá, sino que incluso se recrudecerá. También prometió controlar el tráfico de armas por la frontera, esa misma por la que Washington es incapaz de evitar que entren cada año los cientos de toneladas de cocaína que financian la compra del antedicho armamento.
Obama se ha resignado a permitir que continúe esa sangrienta espiral de matanzas, para mayor beneficio de los fabricantes de armas estadounidenses. ¡Y había prometido todo lo contrario!

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