En Irán ya no está sólo en juego el resultado electoral falsificado en junio, ni el puesto de jefe del Estado que usurpa Ahmadineyad, ni siquiera el futuro del líder supremo Jamenei. Lo que se tambalea es la propia doctrina básica de velayat-e faqih ("tutela del máximo jurista") sobre la que Jomeini erigió la República Islámica en contra de la opinión de gran parte de la jerarquía eclesiástica chií.
La muerte del gran ayatolá Montazeri –sucesor natural de Jomeini, pero relegado porque se oponía a la creciente represión del régimen– ha inflamado esa contradicción interna hasta el último extremo: que los opositores acusen a Jamenei de ser como Yazid, el califa que ordenó el asesinato del nieto de Mahoma al que todos los chiíes veneran. Es tanto como acusarlo de profanación del sagrado cargo que ostenta.
Si el gran ayatolá Sayid Ali al Sistani, opuesto al protagonismo político de los clérigos, se pronunciase ahora desde Nayaf (en Irak) contra la represión de los fieles en Irán, Jamenei y toda su corte tendrían los días contados.
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