El tablero global

La ‘solución’ militar tiene consecuencias monstruosas

De todos los espantos desatados en los escenarios de la doble matanza terrorista de Moscú, uno causa especial desazón: las dos autoras de la carnicería eran mujeres suicidas, sin duda chechenas, y una de ellas muy joven. Su acción no sólo estremece por la ferocidad con la que ambas buscaban masacrar a cuantos más civiles mejor, sino también por su disposición a inmolarse en esos ataques indiscriminados.
Los islamistas caucásicos ya lanzaron ataques kamikazes en 2000, pero no fue hasta dos años después cuando aparecieron (en el secuestro del Teatro Dubrovka) las primeras guerrilleras con pañuelos que proclamaban su disposición a inmolarse. Todas perecieron en el asalto policial que causó también la muerte de los 129 rehenes de la audiencia, y se descubrió que dos de ellas eran hermanas que habían sido raptadas de su aldea y violadas repetidamente por soldados rusos.

Después, comenzaron a actuar las llamadas viudas negras, mujeres que habían perdido a sus maridos, hijos, hermanos y padres en la pavorosa represión desencadenada durante y tras la segunda guerra chechena, en la que fueron exterminadas decenas de miles de personas por una maquinaria militar devastadora. Ellas han cometido atentados suicidas implacables –como el de la escuela de Beslán y los de los dos Tupolev llenos de pasajeros– que sólo se pueden explicar si se tiene en cuenta la extrema destrucción que el Ejército ruso ha causado en Chechenia a lo largo de los últimos 14 años.
Miles y miles de chechenas han visto morir de forma atroz a todos sus familiares, y el estrés postraumático que padece esa población femenina es allí una pandemia.
Una vez más, la solución militar sólo ha generado nuevas monstruosidades.

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