El tablero global

Los oligarcas rusos también lloran la crisis

El vendaval financiero global ha derribado inmensas fortunas en todo el mundo, pero pocos potentados eran tan grandes o han caído tan bajo como los oligarcas rusos. Y pocas veces se han dado paradojas como la que enfrenta el Kremlin, obligado a renacionalizar a un coste estratosférico las compañías que Yeltsin privatizó a precios regalados para enriquecer a sus amigos.
El caso paradigmático es el de Oleg Deripaska, casado con la hija de la hijastra de Yeltsin, quien hasta la crisis era el hombre más rico de Rusia, con una fortuna estimada en 50.000 millones de dólares. Hoy, sus activos han perdido un 90% de su valor y no sólo ha descendido al octavo lugar de ese ránking (según la revista empresarial rusa Finans), sino que probablemente esté entre los hombres más endeudados del planeta.
Como la mayoría de los oligarcas, Deripaska acumuló una deuda inmensa –casi toda con bancos occidentales– durante la burbuja bursátil, comprando grandes paquetes de acciones empresariales, apalancado por los créditos que avalaba con sus activos. Ahora que sólo valen una décima parte, muchas entidades financieras reclaman la amortización de esos préstamos y el otrora emperador de la minería se ve obligado a vender a toda prisa sus participaciones extranjeras para mantenerse a flote. A finales de abril tuvo que desprenderse del 25% de Strabag, la mayor compañía de construcción de Europa Central.
Pero la recesión aprieta a todos los hipermillonarios, y los oligarcas empiezan a darse dentelladas entre sí. El Alfa Bank, controlado por los magnates Mijail Fridman y Piotr Aven, puso hace poco contra las cuerdas a Deripaska exigiéndole el abono inmediato de casi mil millones de dólares en créditos vencidos. Sus antiguos amigos incluso presentaron una querella judicial contra él en la isla de Jersey, un paraíso fiscal del Canal de la Mancha donde radica su empresa En+, filial de la compañía matriz de inversiones de Deripaska, que lleva por nombre Basic Element.
Tan peligrosa era esa guerra civil de la oligarquía rusa que intervino personalmente el propio presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, quien les advirtió de que era "inaceptable" forzar la bancarrota de una compañía tan enorme, incluso si la reclamación del acreedor es legítima. Un principio que el Kremlin no tuvo en absoluto en cuenta cuando arruinó la petrolera Yukos para acabar con su rival político Jodorkovsky.

Esta vez, Medvédev convocó a su despacho a Deripaska y a Fridman, y les obligó a firmar un comunicado conciliador. Pero con esa batalla no ha ganado la guerra. Deripaska sigue tratando desesperadamente de encontrar financiación para devolver los 14.000 millones de dólares de deuda de Rusal, su coloso del aluminio.
Por supuesto, no es el único náufrago del neoliberalismo feroz. La mujer más rica de Rusia, Elena Baturina, quien amasó una fortuna gigantesca con negocios inmobiliarios en la capital rusa (y casualmente es la esposa del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov), acaba de pedir prestados al Gobierno 1.400 millones de dólares para salvar su compañía de construcción, Inteko.
En 2008, la revista Forbes estimaba que en Rusia había 87 milmillonarios. Su última estimación es que ya sólo 32 rusos mantienen un patrimonio personal superior a los mil millones de dólares.
El motivo es que, con el desplome del mercado bursátil ruso, sólo entre mayo y octubre del año pasado los 25 primeros rusos de esa lista Forbes perdieron el equivalente a casi un cuarto de billón de dólares. Una cantidad que hasta a Rusia le cuesta compensar.
Pero Moscú no puede permitir que sus emporios de materias primas caigan en manos occidentales. Y lo que los oligarcas proponen ahora al Kremlin es una fusión de sus activos –que incluyen las minas y fábricas más importantes de Rusia– en un gran conglomerado estatal. Vaya, que el Estado les recompre a precio de oro lo que les regaló y ellos arruinaron. ¿Les suena el invento?

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