El tablero global

Otra catástrofe humana evitable

Cuando, en primavera, el Ejército de Pakistán atacó a sangre y fuego el bastión talibán del valle de Swat, 2,5 millones de civiles huyeron de los combates. La mayor parte de esos desplazados perdieron sus hogares y casi todas sus pertenencias, pero unos 280.000 hallaron al menos refugio en una veintena de campamentos levantados al sur del valle con tiendas de campaña de las organizaciones humanitarias.
Esta vez, el Estado Mayor paquistaní no ha previsto establecer ni un solo campo de acogida para los fugitivos de Waziristán del Sur, pese a que una tercera parte de la población ya había escapado de la región antes de que comenzara, el sábado, la gran ofensiva militar contra los talibanes mehsud.
Más aún, las Fuerzas Armadas incluso impiden que los grupos caritativos locales hagan llegar alimentos a los refugiados de esa etnia. En Dera
Ismail Khan, la polvorienta localidad junto al Indus adonde va a parar la mayoría de los que sobreviven al agreste descenso de las montañas, hace ya un mes que no se distribuye comida para los desplazados.
Además, hasta la ONU se ha retirado de la zona, después de que murieran cinco de sus empleados en un atentado suicida contra la oficina del Programa Mundial de Alimentos en Islamabad. Así que la población civil está totalmente desvalida, a las puertas del invierno, frente a los desastres de esta guerra contra los combatientes de
Hakimullah Mehsud, quien a sus 28 años se ha hecho con el liderazgo de Tehrik-e-Taliban, tras la muerte del anterior jefe de esa alianza de 13 grupos pashtunes socios de Al Qaeda.

¿Es, acaso, inevitable la nueva catástrofe humana en la que se va a precipitar la región?
Pakistán aduce que un 80% de los 200 atentados suicidas cometidos en el país en los últimos dos años fueron lanzados desde Waziristán del Sur, en su mayoría organizados por Qari
Hussain, primo de Hakimullah. Pero el verdadero cáncer radica en la influencia de los mehsud que ocupan altos cargos en el Ejército y la Administración, y que ya frenaron la anterior ofensiva militar en la región, en febrero de 2008.
Incluso si esos talibanes fueran ahora derrotados, poco afectaría a la insurgencia en Afganistán, pues se apoya en las tribus wazir, más al norte, que hasta saldrían ganando de la derrota de sus ancestrales rivales mehsud. En cualquier caso, la guerrilla talibán que mata a los soldados de la OTAN está dirigida por la Shura de Quetta, que actúa impunemente en esa capital del Baluchistán paquistaní, sin que el Gobierno haga gran cosa por evitarlo.
El presidente Obama acaba de firmar un gran aumento de la ayuda de EEUU a Pakistán (7.500 millones de dólares en cinco años), pero los militares paquistaníes siguen agitando la propaganda anti-estadounidense. La razón es simple: el Ejército y los servicios secretos de Pakistán pretenden convertirse en imprescindibles mediadores entre un desmoronado Gobierno afgano de Karzai y unos talibanes desgastados por la ofensiva. De esa forma obtendrían la hegemonía en el inexpugnable país vecino, cuyo territorio consideran retaguardia natural frente a su verdadero enemigo: India.
Y poco les importa el sufrimiento de los millones de civiles atrapados en esa guerra.

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