El tablero global

Romney miente como Rajoy para ganar a Obama

Es notable la cantidad de mentiras que el aspirante republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney, desgajó durante su primer debate con Barack Obama. Pero aún es más reseñable la semejanza de sus acusaciones falsas, sus promesas y sus evasivas, con las que bordó en campaña Mariano Rajoy... para después incumplir las segundas, sin rectificar las primeras ni aclarar las últimas.

Para empezar, en Sanidad el exgobernador de Massachusetts repitió una vez más la imputación (cuya falsedad hace tiempo que ha sido demostrada por todos los analistas independientes) de que el presidente pretende quitarle 716.000 millones de dólares al programa Medicare de atención médica a los mayores de 65 años. Y volvió a aducir que la llamada Obamacare (la reforma sanitaria  de 2010 que obliga a dar cobertura a los que carecían de ella) ha multiplicado los costes de la Sanidad, cuando en realidad ha conseguido todo lo contrario: el aumento del gasto sanitario en EEUU es ahora del 4% anual, el índice más bajo de la historia del país.

En cambio, Romney se negó a confirmar o desmentir –pese a las reiteradas preguntas del moderador del debate, Jim Lehrer– si pretende establecer, como todo indica, un sistema de vouchers para los pacientes del Medicare: convertir el programa de asistencia garantizada en un proveedor de algo parecido a vales monetarios con los que los beneficiarios podrían abonar los servicios médicos públicos o de aseguradoras privadas. Evidentemente, esos ancianos quedarían vulnerables a las futuras subidas de precios en la medicina privada, mientras que los servicios públicos tendrían que hacerse cargo de los enfermos más graves y de los crónicos.

Todo ello es sospechosamente parecido a las iniciativas de privatización de la Seguridad Social que está impulsando el Partido Popular en España, así como al copago farmacéutico que acaba de imponer el Gobierno de Rajoy, quien en la oposición negó tener la intención de hacerlo y todavía en marzo de este año afirmaba: "No soy partidario del copago en la sanidad".

En cualquier caso, el PP no hace más que argumentar que los servicios médicos privados son mucho más eficaces y económicos que los públicos, pese a que el sistema de sanidad estadounidense –paradigma de esa medicina privada– resulta ser el más caro del mundo per cápita... incluso cuando deja sin asistencia al 17% de la población (más de 50 millones de personas).

En cuanto al empleo, el otro gran caballo de batalla del debate económico actual, el aspirante republicano volvió a acusar a Obama de haber disparado el paro en EEUU, justo cuando la realidad muestra todo lo contrario: el índice de desempleo acaba de caer al 7,8%, su nivel más bajo desde antes de que el líder demócrata llegase a la Casa Blanca con el país sumido en la tremenda recesión causada por el crash financiero de 2008, que provocó la política económica neoliberal de Bush y que todavía estamos sufriendo en el resto del mundo.

Una vez más, el candidato de la derecha asegura que él sí sabe cómo crear empleo gracias a su experiencia como alto ejecutivo, y sostiene que su gestión en Bain Capital generó "más de 100.000 puestos de trabajo". La verdad es que esa compañía de capital riesgo se dedicó, con Romney, a cerrar fábricas en EEUU para abrirlas en el extranjero, matando miles de empleos locales al contratar fuerza de trabajo más barata en otros países. Igual que es mentira que las medidas de estímulo económico de Obama hayan fracasado en la lucha contra el paro ("no ha creado ningún empleo nuevo", miente Romney una y otra vez), pues generaron casi siete millones de puestos de trabajo en sus primeros tres años en la Casa Blanca. Como ha subrayado el centro de estudios ThinkProgress, "la política económica de Obama creó más empleo en su primer año en el poder que todo el que se generó en los ocho años de mandatos de Bush".

Eso último siempre ha sido el resultado de dejar el crecimiento económico y los mercados financieros en manos de la iniciativa privada, pero los conservadores estadounidenses siguen esgrimiendo el mito de que sus gobiernos son los que saben generar empleo. La realidad es diametralmente distinta: según un reciente informe de la muy derechista Bloomberg, desde la victoria de Kennedy, en 1961, los presidentes demócratas de EEUU crearon en total unos 42 millones de puestos de trabajo, mientras que entre todos los republicanos no pasaron de 24 millones. Y eso que, en ese medio siglo largo, la Casa Blanca fue republicana cuatro años más que demócrata.

Igualmente, la derecha española se arrogó en campaña la capacidad de resolver el problema del paro, gracias a su supuesta gestión más eficaz para empresas públicas y privadas, y proclamó que "los cinco millones de parados" (cuando aún no se había alcanzado esa cifra) eran responsabilidad exclusiva de la gestión "socialista" (que tampoco era) de Zapatero, sin relación ninguna con la crisis financiera mundial desencadenada por sus correligionarios neoliberales. Hoy, con el desempleo desbocado gracias a la reforma laboral de Rajoy, y a su sometimiento al diktat de la austeridad germánica, resulta que el Gobierno del PP no sólo argumenta que no tiene responsabilidad ninguna de que el paro se haya disparado --puesto que esta vez sí responde a la coyuntura internacional--, sino que incluso se permite argumentar que sus recetas van dirigidas a combatirlo, negando la evidencia de que lo están fomentando.

Además, Romney promete reducir la deuda pública y rebajar los impuestos al mismo tiempo (¿les suena?), lanzando otra falsa acusación: "El presidente ha disparado la deuda pública él solo casi tanto como todos los anteriores presidentes combinados". Lo cierto es que el tan elogiado neoliberal Ronald Reagan triplicó, él sí que solo, la deuda pública de EEUU... y después George W. Bush volvió a duplicarla, justo cuando Bill Clinton había logrado arreglar las cuentas hasta alcanzar un superávit.

"Mantendré mis compromisos electorales", predicó Rajoy en el debate de investidura, negando por activa y por pasiva que fuera a aumentar impuestos y/o tasas para reducir la deuda pública. No hace ninguna falta recordar cómo ha aumentado la presión fiscal, sin que haya servido para contener el déficit ni para impedir que se multipliquen los intereses que pagamos por nuestros bonos soberanos.

Es de esperar que los electores estadounidenses se den cuenta de que no pueden entregarle la Casa Blanca a otro farsante como el que ocupa La Moncloa, porque podría arruinar hasta a la economía más poderosa del mundo.

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