El tablero global

Una versión impecable de la muerte de Bin Laden

Al fin está todo claro.  Tras 40 minutos de "feroz tiroteo" (los dos disparos que hizo Abu Ahmed desde el interior de su casita de guardés, antes de ser acribillado), la veintena de rambos de los Navy Seals alcanzó el piso superior de la mansión fortificada y halló al enemigo número uno de la humanidad.

Antes, en su peligroso ascenso por la escalera hostil, Jaled –uno de los hijos del maligno– se había arrojado gritando contra el reducido grupo de hombres armados, que tuvieron que liquidarlo. Cuando alcanzaron la guarida, Bin Laden seguía impertérrito, pero junto a él lucían amenazadores –al alcance de su mano– su fusil AK-47 y su pistola Makarov; las mismas armas que siempre portó desde que combatió en Afganistán hace más de 20 años.

Ante esa patente amenaza, y pese al intento de interponerse de una mujer cómplice, uno de los comandos abrió fuego a quemarropa, en defensa propia, y la bala entró por el ojo izquierdo del asesino múltiple. Aun así, hubo que descerrajarle un segundo tiro en el pecho para salvaguardar la integridad física de los servidores de la ley, prioridad mucho más alta que la remota posibilidad de que el líder de Al Qaeda pudiera saber alguna cosa de interés sobre las redes terroristas internacionales.

Todo salió bien, gracias a que Khalid Sheikh Mohamed –quien se negó a hablar las 183 veces que fue sometido a interrogatorios "mejorados" sumergiéndole la cabeza en agua– finalmente se decidió a delatar a Abu Ahmed, cuando se lo volvieron a preguntar amablemente.

¿Cómo objetar a esta impecable versión de los hechos?

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