Tierra de nadie

El modesto sueldo de un banquero

Con notable perspicacia, Europa ha descubierto que los banqueros tienen la arraigada costumbre de llevárselo crudo, y que ello les impele a repartirse el dinero de la caja, aunque la calderilla allí acumulada proceda de las ayudas públicas que evitaron la quiebra de sus entidades. A tal efecto, en la UE se han puesto de acuerdo para que el G-20 de la próxima semana limite los bonus de estos destajistas del capital, auténticas máquinas de generar riqueza para ellos y sus familias.

La amenaza es tan seria como la conjura de meses atrás para liquidar los paraísos fiscales, y la prueba es que algunos ejecutivos han decidido instalarse en las islas Caimán, que a estas alturas debía ser ya un ex paraíso, para seguir cobrando sus modestos estipendios. Naturalmente, aquí nada de esto nos afecta porque somos una burbuja de prudencia en el océano de la desmesura. A diferencia de lo que pasaba en el resto del mundo, nuestra banca era solvente y no tenía activos tóxicos, aunque para disimular dedicamos 30.000 millones de euros en comprar su morralla triple A y hemos habilitado otros 99.000 millones por si hay naufragios imprevistos.

De hecho, aquí los sueldos son muy bajos, tanto que el primer banquero del país, Emilio Botín, asegura ganar menos que su adjunto, Alfredo Sáenz, todo un ejemplo de buen gobierno bancario. Sáenz cobra en torno a los 10 millones de euros al año, y recibirá cuando se jubile una cantidad que crece anualmente y que ahora debe rondar los 60 millones de euros, no vaya a ser que el Estado no pueda pagar las pensiones. En el BBVA, que ya no paga fondos de pensiones a sus consejeros en Jersey, su presidente Francisco González se bajó el sueldo este año hasta los 5,3 millones. Si fuera despedido se llevaría 93,7 millones, algo más de 45 días por año, mientras que más de 100 millones le esperan a su jubilación. Lo dicho, mesura.

No está claro que EEUU respalde esta iniciativa, por mucho que Sarkozy haya amenazado, como en la pasada cumbre de Londres, con levantarse de la silla e irse de Pittsburg si no hay un acuerdo. Cualquier día este hombre da un portazo. Mientras, a uno le viene la cabeza la declaración de principios del banquero anarquista de Pessoa: "Me serví de cuanto pude –el estraperlo, el sofisma financiero, la mismísima competencia desleal-. ¡Y qué!". Pues eso.

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