Tierra de nadie

Rajoy barre en el desierto

Recordando su etapa de mister Proper en el cuartel levantino en el que sirvió a la patria, Rajoy ha barrido a Ricardo Costa y ha amenazado con la escoba a Francisco Camps, cuyo síndrome de Diógenes tiene al PP de Valencia podrido y cercado por la basura. A Costa se le quería meter bajo la alfombra para simular limpieza, pero ya fuera porque se le manchaba el Lacoste o porque creía tener a Camps agarrado por el plumero, el bueno de Ric logró convencer a éste último para amotinarse. La rebelión ha obligado a Rajoy a entrar por la fuerza al vertedero armado con una Spontex. Para el siguiente envite necesitará de una excavadora.

A la mano derecha de Camps, ese señor tan contento, se le ha destituido por el artículo 33, que en el PP es el 41, sin que medie explicación alguna sobre las causas de su cese, más allá de la sospecha de que la trama corrupta le regaló un coche, algo que él niega documentalmente. Su defensa ha sido impecable: siempre ha cumplido órdenes; nadie le dijo que dejara de trabajar con los gurtelianos, quienes, por otra parte, ya llevaban cinco años forrándose cuando él llegó a la secretaria general, no está imputado por ningún delito y nadie puede acusarle de declarar su amor a un corrupto. Se le quería como chivo expiatorio, lo que en realidad es una forma de encubrimiento.

Según la doctrina oficial, Costa debía asumir responsabilidades políticas no por lo que hubiera hecho sino por el cargo que ostentaba, una tesis que el PP ha defendido siempre, pero para el PSOE. Bajo esa lógica, la exigencia de responsabilidades habría de llegar a Camps por querer un huevo al Bigotes y consentir sus manejos; a Esperanza Aguirre, por haber tenido en su Gobierno a López-Viejo, el "muñidor de toda la operativa" en Madrid; o al propio Rajoy por haber colocado a Bárcenas, imputado por el Supremo, al frente de la caja registradora.

Después de proclamar durante años que España se rompía, el invencible guerrero del estropajo ha descubierto que lo que está roto y con avanzados signos de descomposición es su propio partido, donde un barón regional puede tomarle el pelo impunemente con el argumento de que le da muchos votos o hay diputados que se ausentan para no votar con su grupo, como ocurrió ayer en el Congreso a cuenta del blindaje del concierto económico vasco. El PP necesita una limpieza a fondo y algo más; quizás un nuevo líder.

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