Tierra de nadie

Larga vida al comunismo

Hubo cosas que el muro de Berlín no mató cuando cayó con el mayor de los estrépitos hace ahora veinte años. Acabó, es cierto, con una manera abominable de entender el socialismo y dejó mal heridos a los intelectuales de izquierda, quienes, dos veces ciegos, corrieron a refugiarse entre las faldas de un capitalismo que les acogió como hijos pródigos a cambio de un simple epitafio: no hay alternativa. El muro aplastó entre sus escombros a quienes pensaban que el Partido nunca podía equivocarse porque era el intérprete de la historia. Pero, desde luego, lo que no pereció fue la historia misma, aunque algunos se empeñaran en que esa mano invisible y triunfante del mercado había escrito su final.

Con el muro no se hundió la rebeldía ni la idea misma de comunismo, entendido como la aspiración a una sociedad justa e igualitaria. Es ahí donde uno supone al PCE, que en el aniversario del derrumbe ha elegido a José Luis Centella nuevo secretario general. A los comunistas españoles podía aplicárseles la respuesta que el general Rojo dio a un diplomático extranjero en el preludio de la toma de Madrid por parte de las tropas fascistas. "¿Por qué no se rinden ya?", le preguntó. "Porque no nos da la gana".

La historia del socialismo no es exclusivamente la de los gulags soviéticos, sino la de una utopía que moldeó Europa. Su avance en Alemania está en el origen de leyes como la de pensiones de vejez e incapacidad, la de accidentes de trabajo o la del seguro de enfermedad, con las que se trató entonces de desactivar las ideas revolucionarias de un proletariado que había adquirido conciencia de clase. Fueron los antecedentes de un Estado del Bienestar que conforma las señas de identidad de lo europeo por encima de cualquier otra característica.

Antes de que la crisis destapara los vicios de la orgía capitalista, sólo nos quedaba imaginar que otro mundo tenía que ser posible. Después de comprobar los efectos que ocasiona la lógica del beneficio y la adoración acrítica al becerro de oro, cabe reclamar una alternativa, una búsqueda a la que la izquierda oficial, imbuida del pensamiento único, parece haber renunciado. Sólo por eso tendría el comunismo su razón de ser. Con su hoz y su martillo, Centella es imprescindible, aunque este año tampoco hagamos la revolución.

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