Tierra de nadie

Los sindicatos, a la hoguera

Los que defienden que se abarate el despido, se recorten las pensiones y se permita a las empresas en crisis utilizar los convenios para envolver bocadillos, están muy indignados con los sindicatos, cuya prueba de fuego para demostrar que no son unas sanguijuelas de los Presupuestos es montar una huelga general a Zapatero y que entre en razón. Como lo de que UGT y CCOO se peguen un tiro en el pie se demora, han lanzado una campaña de desprestigio, en la que se compara su manifestación del sábado con las concentraciones de apoyo a Franco, y hasta se muestran fotos de Cándido Méndez frente a la puerta de El Bulli, para demostrar que un sindicalista que cae en la tentación de la tortilla de patatas deconstruida es un traidor a la clase obrera.

Los sindicatos no son perfectos, pero muchas de las críticas que reciben son injustas. Se denuncia su baja afiliación, cuando su representatividad ha de medirse, en realidad, por la elección de sus delegados, en la que participan un 70% de los trabajadores. Y se cuestionan sus vías de financiación, similares a las de los partidos, que tampoco pueden presumir de militancia, y a las de la CEOE, cuyos miembros, por cierto, surgen por generación espontánea y no de ninguna votación de las empresas. Es imaginable a quien favorece el descrédito sindical, en un momento en el que han de discutirse nuevas formas de contratación o cambios en el sistema de pensiones.

Es verdad que las centrales han de modernizarse, pero no para asumir el despido libre sino para afrontar conflictos cada vez más complejos y globalizados. No es normal que sean los propios sindicalistas los que busquen soluciones a los problemas cuando hasta los Gobiernos se ayudan de laboratorios de ideas, o que no se avance en nuevas fórmulas de presión, distintas a la huelga, como las que vienen practicando las ONG en sus pugnas con las multinacionales. Su poder está en los centros de trabajo, incluso en ese 20% de empresas con menos de seis trabajadores, que es donde los liberados sindicales deberían justificar su existencia.

Con sus errores, los sindicatos son imprescindibles. Uno se siente más a gusto sabiendo que habrá quien se oponga a que un rumano pueda ser contratado en Madrid con las mismas condiciones laborales de Bucarest. ¿Y la huelga general? Pues que se hace raro que a la derecha le agrade tanto.

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