Tierra de nadie

Desprestigiar al Estado cuesta caro

Interpretar las decisiones de los Gobiernos se ha convertido en un arte tan complejo como leer los posos del café, una ciencia que además se ha complicado mucho desde que los pucheros perdieron la batalla frente a las máquinas express. Se creía que el tiempo de los kremlinólogos -esos señores que eran capaces de aventurar un nuevo episodio de la guerra fría en un imperceptible tic de la ceja de Breznev- había pasado, pero de vez en cuando uno tiende a convertirse en zapaterólogo, que en cuestión de cejas no admite comparación posible. Yendo al grano, sabemos lo que hace y quisiéramos saber el por qué. Así de sencillo.

Por lo general, las iniciativas de lo que mandan responden a tres tipos de móviles: o son compromisos electorales, o se espera que redunden en un beneficio electoral o no les queda otra. ¿A cuál de los tres responden tanto el anuncio del drástico recorte del gasto público como la propuesta para ampliar a 67 años la edad de jubilación? Por descarte, parece evidente que nos hallamos ante la tercera posibilidad. Ahora bien, ¿qué fuerza tan poderosa ha obligado al Ejecutivo a reescribir sus argumentos hasta el punto de romper la apacible convivencia del presidente con las centrales sindicales, que mientras se piensan si le piden el divorcio ya le han mandado a dormir al sofá?

A diferencia de las de Breznev, las cejas de Zapatero no dan mucha información sobre este particular. Lo que se puede deducir es que la campaña de desprestigio al Estado ha dado sus frutos, y que un Estado desprestigiado tiene dificultades para conseguir financiar una deuda de casi 600.000 millones de euros o ha de hacerlo a un sobrecoste imposible. España no es Grecia, pero aquí ha habido sectores interesados en dar esa imagen del país de manera irresponsable. ¿El resultado? Pues que mientras EEUU, con una deuda similar a su PIB, o Japón, que la duplica ampliamente, no tienen dificultades para atraer dinero fresco, nosotros sí, pese a que la deuda pública no alcanza el 65% de la economía nacional.

La misión es convencer a los mercados de capitales de que no llegaremos a la bancarrota, y que pueden confiar en que pagaremos religiosamente los 25.000 millones de euros de intereses anuales de la deuda. Más difícil será que el electorado vea algo de izquierdas en la política económica del PSOE, sobre todo con este café que ya no deja posos.

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