Tierra de nadie

Al rico pacto de Estado

Lo de pedir pactos de Estado no representan ninguna novedad; es una moda que vuelve como la de las bota de lluvia. Antes o después un político que se precie pedirá un pacto de Estado sobre cualquier cuestión, porque lo del consenso queda muy centrista y, al parecer, se valora mucho en la ciudadanía. Lo realmente extraño es que se alcancen, y eso, aunque resulte paradójico, no deja de ser bueno para la democracia. Llevado al límite, el concepto se entiende mucho mejor: si es obligatorio el consenso en política exterior y defensa, y si además hay que suscribir pactos de estado sobre el terrorismo, la justicia, la educación, el agua, las pensiones, la sanidad, el modelo de Estado o la economía, todos ellos temas muy principales, podríamos ahorrarnos las elecciones, llenar el Congreso de figuras de cera, y, de paso, aprovechar para dar salida a la del pobre Marichalar antes de que críe telarañas en un almacén.

Por lo general, los pactos de Estado son muy beneficiosos para quien gobierna, ya que tienden a atenuar o a eliminar por completo las críticas de la oposición sobre el asunto en cuestión, aunque con el PP eso no está tan claro después de la experiencia con el pacto antiterrorista. Cualquiera de ellos obedece a un cálculo político, de tal forma que si alguna de las partes entiende que sus réditos será mayores sin pacto que con él, será imposible el acuerdo. Lo del interés general queda muy bien en los discursos pero es raro que se tenga en cuenta.

Bajo estas premisas, es posible predecir que el pretendido pacto de estado contra la crisis no llegará a ver la luz. Le interesa al Gobierno para acallar al PP; a CiU, para aparentar que ha recuperado el seny; y al Rey, que ayer llamó a Zarzuela a los sindicatos y le mola jugar otra vez a la Transición ahora que viaja menos. A quien no le hace ninguna falta es a Rajoy, que tacita a tacita sube en las encuestas y cree tener a Zapatero contra las cuerdas.

Ahora bien, ¿es necesario para el país? Uno quiere pensar que no, porque la situación es difícil pero no desesperada. En pactos de este porte se tiende a incluir medidas que ninguno de los firmantes plantearía en solitario. Suelen implicar sacrificios para los de siempre, esa inmensa pandilla de ingenuos que primero criticamos que nunca se pongan de acuerdo y luego maldecimos que lo hayan conseguido. Crucemos los dedos.

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