Tierra de nadie

Roldán y el mapa del tesoro

La de Roldán es una historia digna de Simenon o de Le Carré. Un jefe policial convertido en bandido; una huida de película que pone contra las cuerdas a un gobierno y le hace perder las elecciones; un espía, como Paesa, que actúa de cómplice y publica esquelas y encarga misas gregorianas para simular su muerte; testaferros asesinados o fallecidos en extrañas circunstancias; una entrega pactada en Tailandia; y un botín de 10 millones de euros que desaparece sin dejar rastro. A la altura de José María El Tempranillo o los siete niños de Écija, el ladrón más famoso de España es desde ayer un hombre libre.

Hay que reconocer que Roldán ha tenido que penar lo suyo. No es sencillo ver pasar los años incomunicado y con vigilancia permanente para evitar que te den matarile, o dejar de recibir las visitas de esa santa, a la que ofrendó su villa antillana, y que debió de cansarse de hacer viajecitos a Ávila para los vises. Muchos hubieran dibujado el plano del tesoro a cambio de ahorrarse unos años de trullo, pero, como aquel ladrón del siglo XVI que, para librarse de galeras, "apretaba los dedos de la mano izquierda, cerrando el puño de manera que no hubo remedio de se la hacer abrir, fingiendo ser manco", Roldán ha simulado ser pobre, perfecto colofón a su currículo de mentiras.

De su latrocinio, sólo ha podido recuperarse poco más de millón y medio de euros, contando lo que se le intervino en sus cuentas corrientes y la venta de algunas propiedades. Lo demás está ahora a su disposición, incluyendo el casoplón de San Bartolomé y el pisazo de París, a los que tendrá que dedicar una fortuna para limpiar sus telarañas. Por dinero no va a ser. A sus 65 años se ha jubilado como vendedor de seguros, un trabajo en el que forzosamente destacó, ya que nadie se resiste a que el enemigo público número 1 te coloque una póliza de robo.

Roldán no es el símbolo de una época pasada sino el mascarón de una realidad eterna, además de la coartada para una Justicia que nunca fue del todo ciega. Los ladrones de envergadura son gente muy principal que nunca devuelven lo afanado. Algunos pasan, incluso, por gurús de la economía y siempre tienen a mano una receta contra la crisis, ya sea abaratar el despido o bajar los impuestos. El desfalco a gran escala siempre dio mucho prestigio social.

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