Tierra de nadie

La normalidad de un Rey

Lo que más se ha destacado de la sorpresiva operación del Rey en la que se le ha extirpado el nódulo de un pulmón ha sido la transparencia con la que se ha informado del suceso y la normalidad con la que su familia se ha conducido ante el mismo, lo que habría evitado generar una alarma innecesaria. Algunos detalles, sin embargo, ponen de manifiesto que la normalidad tiene significados diferentes según sea aplicada a un Rey o a un vulgar ciudadano que se enfrenta al quirófano, y ello sin tomar en consideración que cualquier parecido entre los procedimientos habituales de un hospital público y los seguidos con el monarca han debido de ser fruto de la coincidencia.

Lo normal cuando a uno le van a abrir el tórax y le van a toquetear por dentro es que sus familiares más directos le acompañen al hospital y aguarden allí el resultado de la operación, y no que su mujer llegue al centro cuando la operación ya ha comenzado o sus hijos lo hagan horas más tarde, por mucho que se pretenda dar la impresión de que todo está bajo control y que ni siquiera una cirugía de cinco horas a su miembro más destacado altera la agenda de la Casa. Los reyes también se ponen nerviosos y temen tener un cáncer, y negarles el aliento de sus seres queridos en esos momentos es una tortura innecesaria.

Tampoco es normal que un paciente que acaba de despertar de la anestesia y que ha de encontrarse realmente fastidiado mantenga conversaciones como las que Zapatero relató a la prensa al concluir su visita al paciente. Un recién operado no pregunta por la reunión del Eurogrupo ni por la situación de los mercados –en sábado, además-, tal y como aseguró el presidente del Gobierno, porque bastante tiene con encontrar una postura en la que no ver las estrellas. Y si lo hace, es casi mejor no decirlo porque nadie lo creería. Idealizar la figura del jefe del Estado no exige meterle en la piel de un superhombre permanentemente preocupado por el devenir de la patria.

Todo esto ocurre porque lo anormal es la propia institución que, desvestida del designio divino, requiere de otras luminarias para enaltecerse. Como signo de normalidad se le desea desde aquí una pronta recuperación y larga vida, aunque no al Rey sino al hombre que lo encarna. De ese otro deseo ya de ocuparán los valedores de la monarquía.

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