Tierra de nadie

El marxismo del coche oficial

Ha causado hilaridad un despiste de Rajoy, quien al terminar una entrevista en TV3 se introdujo en el coche oficial del dirigente socialista valenciano Jorge Alarte en vez de en el suyo, y de no ser porque el chófer le advirtió que aquel no era su vehículo hubiera acabado en la Malvarrosa tomando una paella. En descargo de Rajoy hay que decir que a los coches oficiales les ocurre lo mismo que a los que salen en las películas americanas: vayan al apartamento del protagonista o al mismísimo Capitolio siempre aparcan a la puerta. No es descabellado, por tanto, que Rajoy pensara que el automóvil más cercano era el que le correspondía sin reparar en más detalles.

La anécdota da pie a otras consideraciones más filosóficas. Si es posible que el líder de la derecha confunda su medio de transporte con el que el PSOE pone a disposición de uno de sus dirigentes territoriales –se trataba de dos Ford Mondeo, uno azul y otro negro-, es porque estamos ante una revolución que Marx ni siquiera llegó a intuir: la igualdad radical de todos los seres humanos ante el coche oficial, el fin de las clases sociales. Eso sí, quienes se hayan cruzado con el presidente de Sacyr, Luis del Rivero, sentado en el asiento del copiloto de su carísimo y deportivo Bentley verde, al lado de su chófer, dirán que la teoría admite excepciones en el caso de los nuevos ricos.

Lo cierto es que el coche oficial une más que los matrimonios de antes, de ahí que sólo se conozca un caso de renuncia a este tipo de transporte. Lo protagonizaron este año dos diputados del PP en la Asamblea de Extremadura, Tomás Martín Tamayo y Laureano León. El primero decía que con esto de la crisis era montarse en el asiento de atrás y sufrir el ‘síndrome de la querida’, que consiste en mirar constantemente de un lado a otro mientras se reza para que nadie te reconozca y evitar morir de vergüenza.

Vista con perspectiva, la campaña que se ha desatado contra los coches oficiales es manifiestamente injusta. Además de representar un elemento igualitario, su proliferación da trabajo al gremio de conductores y mantiene a flote a la industria automovilística. Si no fuera porque estamos en guerra con el déficit, habría que declararlos obligatorios y llenar con ellos las calles. ¿Problema? Que Rajoy se volvería loco buscando su coche.

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