Tierra de nadie

La epidemia de las tertulias

Ha escandalizado mucho la difusión de una conversación privada en Telemadrid en la  que describía sus gustos sexuales un tal Sostres, el niño de una familia bien que ha hecho su fortuna en el negocio de la restauración y el catering. El citado se inició en la Crónicas Marcianas de Sardá, que siempre fue un hacha descubriendo frikis, y cada cierto tiempo ha ido ganando en notoriedad, ya fuera por decir que el español es una lengua de analfabetos o por llamar borracho a Maragall. Ahora lo ha hecho por emular al Grenouille de Süskind con un ramalazo pederasta y algún día, cuando le deje de hacer gracia a Ramírez, el Woodward de Logroño, volverá al redil y a las croquetas para gourmets.

El problema no es Sostres sino el propio concepto de las tertulias que, mayoritariamente y por mor de la guerra de las audiencias, han dejado de ser debates sobre temas de actualidad para transformarse en espectáculos tabernarios. A los tertulianos se les pidió primero que hablaran más alto, a ser posible a voces, porque los gritos subían mucho el share y, cuando eso no fue suficiente, que se insultaran entre ellos o a otros. Estamos a un paso de que se exija a los intervinientes que se desnuden mientras despotrican, aunque se podrían hacer excepciones con Dávila o Sopena si es en horario infantil.

En el caso de las televisiones, al parecer, está estudiado que basta con alcanzar el 1% de audiencia para que la tertulia sea rentable, ya que los participantes -periodistas, políticos y demás ralea- no cobran estipendios abusivos y hasta aceptan en pago tarjetas de regalo de grandes almacenes. En la lucha por la cuota de pantalla se puede llamar en directo zorra a un consejera, hacer apología del golpismo o atribuir delitos al enemigo de turno sin que pase gran cosa. Tampoco importa que el tertuliano tenga un conocimiento superficial de lo que habla, siempre que esgrima a tiempo el improperio adecuado.

Los partidos han visto en estos realities la manera de dirimir sus cuitas por tertuliano interpuesto, de ahí que distribuyan sus argumentarios a los periodistas afines para la mejor defensa de su causa. Siendo ésta la manera en la que se forma la opinión pública, hay quien se rasga las vestiduras por Sostres o porque las encuestas sitúen a Belén Esteban como la tercera fuerza política.

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