Tierra de nadie

Confirmado: el que paga, manda

Más allá de la crítica a la etapa de Rato, que en aquellos años andaba personalmente muy distraído, la principal revelación de la auditoría interna que ha desnudado al FMI por su incapacidad para avistar la crisis es una verdad de Perogrullo: el que paga manda. Y los que más pagan en el FMI son sus principales accionistas –Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia y Reino Unido-, sobre los que sólo se podían cantar alabanzas. De ahí que se elogiara la gestión que de su riesgo inmobiliario hacían los bancos estadounidenses o que se destacara la fortaleza del sistema financiero británico, los primeros en ir a la bancarrota. Para hacer carrera en el Fondo, lo conveniente era ensañarse con los pequeños países. Washington nunca ha pagado traidores.

Nada de esto puede extrañar en una institución que nació para defender los intereses de Estados Unidos, centrados inicialmente en evitar las devaluaciones competitivas y eliminar las restricciones al comercio para favorecer sus exportaciones, y más adelante en asegurar que sus bancos cobrarían hasta el último centavo de sus préstamos multiplicado por mil, aunque para ello hubiera que condenar a los países más pobres a la famosa deuda eterna. En cada una de las grandes crisis de las últimas décadas, por donde pasaba el FMI no volvía a crecer la hierba.

México, Indonesia, Rusia, Turquía y, por supuesto, Argentina sufrieron las bondades del FMI, que primero obligaba al país en cuestión a aceptar su ayuda financiera a cambio de arruinarlo luego con aumentos de impuestos casi confiscatorios y con devaluaciones de su moneda. Por norma, las recetas del organismo incluían como elemento fundamental del ajuste unos altos tipos de interés, cuyo resultado era siempre el mismo: destrucción del tejido empresarial y un desempleo galopante. Si algo aseguraba la ayuda era la pobreza.

El informe no descubre la pólvora, aunque permite entender cómo ha logrado afianzarse ese pensamiento económico único que todo lo domina. A ninguno de los empleados del Fondo se les ocurría poner en cuestión las políticas de las locomotoras del liberalismo, ya fuera por propio convencimiento o por no ser desautorizados y perder a continuación el empleo y el prestigio. Terminada la evaluación, no se descarta que a partir de ahora el FMI se haga socialdemócrata.

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