Tierra de nadie

El dilema de Madrid 2020

Lo de Gallardón con los Juegos Olímpicos empieza a resultar un tanto enfermizo, y es fácil que lo que en su día fue una corazonada termine convertida en una obsesión de las de reposo y diván. Se ha tomado esta vez su tiempo el alcalde de Madrid antes de decidir si se embarca en lo que sería su tercera aventura, y hasta ha iniciado una ronda de consultas para demostrar que la obcecación no es personal sino una demanda de la ciudad, que no tiene mejores cosas que hacer ante su primer café de la mañana que lamentarse de que el pebetero del estadio de La Peineta vaya a seguir apagado, con lo bonito que es ver el fuego por la noche y lo que entretiene.

No hay que ser adivino para saber que en estos momentos no hay muchos que tengan el cuerpo para ruidos y menos aún para anillos, sobre todo porque a nadie se le escapa que las candidaturas no son gratis y los señores del COI son de gustos exquisitos y jamás se conforman con cuarto y mitad de mortadela. Sabiendo que Gallardón no es de los que reparan en gastos, cuesta dar por buenas las cifras oficiales de Madrid 2016 -casi 40 millones de euros, de los que el Ayuntamiento habría aportado más de 16-. Suponiendo que así hubiera sido, una nueva intentona fallida significaría haber dedicado 120 millones de euros a pólvora de faraón, que es como la de rey pero de diseño.

Lo irónico del caso es que, posiblemente, sea ésta la mejor ocasión para organizar los Juegos, y que lo absurdo fue tratar de quitarle la bandera olímpica a Río de Janeiro, conociendo la regla dichosa de que la llama salta de un continente a otro y que, tras Londres 2012, no tocaba. Si el señor alcalde se hubiera dejado aconsejar por quienes le sugirieron entonces que desistiera, no estaríamos ahora con la duda de ponerle unos palos en las ruedas.

Ocurre en este asunto que los de San Blas, que es el distrito donde se ubicaría la villa olímpica, no somos objetivos. Después de ver durante tantos años que el único deporte del barrio era montar el caballo que se vendía por las esquinas, lo de ser olímpicos nos pone como motos. Y uno, por encima de todo, es de San Blas.

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