En contra de Rubalcaba está jugando su currículo y un periplo de cinco años en el Gobierno, que está siendo el muro contra el que rebotan todas sus propuestas. La última de ellas, crear una oficina contra el fraude que coordine los esfuerzos de Hacienda, la Seguridad Social y la Policía e interconecte sus bases de datos, está tan llena de sentido común que lo sorprendente es que no se le haya ocurrido a nadie hasta la fecha. En un país en el que la cuarta parte de su economía viaja en submarino, la pregunta ha sido inmediata: ¿Ha tenido el candidato una iluminación repentina o es que se le olvidó sugerirlo cuando se sentaba en el Consejo de Ministros?
Puede que el reproche sea injusto pero ello no resta valor al interrogante. ¿Por qué la única guerra que se ha declarado al fraude ha sido la de Gila? La respuesta bien podría ser que el interés de éste y de los anteriores Gobiernos ha sido más bien escaso y que los intentos de poner coto a esta situación se han limitado a diversas amnistías fiscales que no han hecho sino reforzar la idea de que delinquir es gratis.
Ello explicaría por qué la plantilla de inspectores fiscales no llega a 2.300 efectivos, de los que más de la mitad se encuentran en excedencia o en otras labores administrativas ajenas a las funciones que le son propias. Y es también la razón de que los dedicados en la Seguridad Social a tareas similares no sobrepasen nominalmente la cifra de 1.800 personas. ¿Alguien puede pensar que con estos medios se puede combatir eficazmente un fraude colosal por mucha coordinación que exista entre ellos?
A la dejadez a la hora de recaudar se une las ventajas que ofrecemos a los especuladores. ¿Sabían que los compradores de Deuda Pública no residentes en España, incluso si sus fondos provienen de paraísos fiscales, están exentos de tributar por los rendimientos obtenidos? Ello implica que en circunstancias como las actuales, el Tesoro paga más por la deuda y además renuncia a su parte en las plusvalías. Así se escribe la historia de la fiscalidad en España. La idea de Rubalcaba llegará tarde pero la dicha es buena.
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