Tierra de nadie

El debate de cartón piedra

La calidad de nuestra democracia, similar a la del remate final de un Todo a Cien, ha configurado un modelo de campaña electoral en el que importa más el fondo de los carteles de los candidatos que lo que éstos tengan que decir, ya que se presume que lo que digan es accesorio y, además, podría ser utilizado en contra suya. En este territorio gobernado por los asesores de imagen lo verdaderamente importante es que Rajoy no parezca muy estrábico o que Rubalcaba se ponga fundas en los dientes para suavizar su imagen transilvana. Se sobreentiende que el votante es tonto de capirote y que basará su decisión en cuestiones tan trascendentales como el peinado, la sonrisa o el tono pastel de las camisas.

En ese estado de cosas, los debates no son un derecho de los electores sino una concesión graciosa de los dos grandes partidos, que negocian el teatrillo en función de sus propias expectativas. El resultado, como se verá nuevamente el 7 de noviembre, será un acartonado monólogo alternativo, similar a un mitin a dos voces, en el que está todo pactado, desde los temas a la temperatura, pasando por el moderador, que es un periodista con vocación de  juez de silla que, si este fuera un país serio, debería ser propuesto por la Federación Española de Tenis.

Estos debates a dos trasladan la idea de que el resto de partidos son males necesarios del sistema, y que sus proyectos ni siquiera merecen ser conocidos y contrastados porque –y así se nos remacha- nunca serán una alternativa de gobierno. Rajoy y Rubalcaba jamás se rebajarán a medirse con Cayo Lara, Durán i Lleida o Rosa Díez, no fuera a ser que les mojasen la oreja para desesperación de sus estilistas. Para ellos se reservan otros espacios en la televisión pública con un formato atractivo, para asegurarles una audiencia similar a la de Punset con Redes.

Viviremos la misma campaña de siempre. El mismo mitin, con sus mismos chistes, repetido de ciudad en ciudad, ante un auditorio de militantes transportados en autobuses de línea. Los ciudadanos informados son un peligro porque podrían votar con la cabeza en vez de con las tripas.

Más Noticias