Tierra de nadie

Parte médico del estado del euro

Tales eran los brochazos de dramatismo con los que se nos había pintado la cumbre de la UE, que a primera hora de la mañana de ayer, con los ojos aún legañosos, corrimos a enterarnos de si el euro se había salvado. El sol había salido un día más, circulaban los coches y nada en el entorno ofrecía pistas sobre cuál había podido ser su destino. ¿Habría bastado el acuerdo a 23 sobre disciplina fiscal o Cameron, el amigo británico, lo habría enviado con su flemático veto al otro barrio? Si el euro viviera, la prima de riesgo debería haber caído estrepitosamente, pero había subido; de haber muerto, la Bolsa se habría derrumbado y no lo había hecho. ¿Qué demonios había ocurrido?

De haber estado más despiertos habríamos pensado que existe alguien interesado en mantener la confusión o, mejor dicho, en mantenernos en la inopia y con el susto en el cuerpo, que es el estado ideal para no hacer preguntas ni pedir explicaciones. Lo que se nos ha hecho creer es que la supervivencia del euro depende de imponer la austeridad por ley, aun cuando ese mecanismo ya está recogido en los tratados europeos. A estas alturas nadie entiende nada. Costó Dios y ayuda crear un fondo de rescate, y cuando se hizo no hubo manera de dotarle de recursos suficientes. Ahora habrá tres: uno provisional, otro permanente y un tercero en el FMI, al que se le da vela en el entierro por si tiene que venir con la pala.

El papel del BCE también es de nota. Cuando tuvo que bajar tipos, los subió. Ahora corrige el tiro, mientras le vemos utilizar una manguera bien gorda para apagar el incendio de la banca y un sifón de soda para enfrentar el de la deuda soberana. Se consigue así que todos pasen por el aro de la austeridad y dejen lo del crecimiento para mejor ocasión.

Como a nadie le interesa el fin del euro, hay que suponer que esta crisis no es obra de malvados especuladores sino de la estulticia de unos líderes peripatéticos que, como se decía de Arafat, nunca desaprovechan la ocasión de desaprovechar una oportunidad. Con semejantes doctores, lo prodigioso no es que el euro se salve, sino que aún siga con vida.

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