Tierra de nadie

El cuento de Ana Botella

Esto sí que ha sido un terrorífico cuento de Navidad y no los que seleccionó hace dos años Ana Botella para Planeta, la editorial que tanto ha hecho por descubrir y recompensar la vena literaria del matrimonio Aznar. A la esposa del expresidente no le han hecho falta hadas madrinas, enanitos del bosque o genios en una lámpara para convertirse hoy en alcaldesa de Madrid, una ciudad desde la que se iba al cielo sin trasbordos pero que lleva tiempo con esa línea de Metro interrumpida por obras. Para su fabulosa aventura sólo ha contado con la desmedida ambición de su antecesor, que quiso trepar con la misma postura que usaba para arrastrarse.

Como los madrileños somos muy libertinos y sumamos a lo loco peras y manzanas, es posible que el futuro nos haya deparado un destino semejante al de Sodoma y Gomorra, y si no somos conscientes de que ya ha empezado a caer azufre sobre la ciudad es porque la entonces concejal cambió de sitio las estaciones municipales que miden la calidad del aire. A diferencia de ellas, que fueron destruidas de una vez, con Madrid se está ejerciendo un sadismo refinado, cuyo último exponente es la proclamación  de Botella, émula de la mujer de Lot tras ocho años de hacer la estatua en el Ayuntamiento, aunque bastante menos salada.

Hasta para nosotros, pobres pecadores, suena cruel que el bastón de mando de una capital con 3,3 millones de habitantes y un presupuesto de 4.500 millones de euros pueda adjudicarse por vía marital, en evidente fraude de ley a unos electores que, como exige Equo y el sentido común, deberían tener la oportunidad de elegir a su verdugo. Se suponía que en eso consistía la democracia, salvo que aquí también el cuento haya cambiado una barbaridad.

Érase una vez un estadista que quiso que su mujer supiera lo divertido que era mandar. Ayudado por un faraón, que ahora es ministro, logró que aquella mujer ultracatólica y homófoba aprendiera que Madrid se extiende más allá de las tiendas de marca de la calle Serrano y que la mendicidad es un contratiempo para limpiar las calles. Al descuido, le hicieron alcaldesa. Y colorín, colorado...

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