Tierra de nadie

No hay quien se crea lo de Andrea

En ocasiones hay que ser un poco bancos y no dar crédito, ser como santo Tomás y desconfiar de las evidencias, de las llagas en las manos y de las heridas de lanza romana, por mucho que uno haya visto moverse aquellos labios mientras dibujaban el sonido sordo, velar y fricativo de la jota en ese "que se jodan" que ya ha quedado escrito para la posteridad en su entrada de la Wikipedia.

Hay que dudar de nuestros sentidos, empezando por el de la vista, a la que es capaz de engañar cualquier espejismo de un desierto de tres al cuarto. No podía ser verdad aquel inmenso gesto de rabia, ese desahogo supremo que sucedió a la frase y que sólo suele alcanzarse dando satisfacción a algunos instintos muy básicos. No podía ser cierto que aquella señorita tan enseñorada, aquella diputada apellidada Fabra, de los Fabra de toda la vida, hubiera tenido aquella descortesía con los parados, a los que, precisamente, su jefe Rajoy estaba colocando desde la tribuna en una posición muy incómoda, tal que mirando a Huelva, con la rebaja de las prestaciones por desempleo.

A Andrea hay que darle el beneficio de la duda aunque sólo sea porque si no habría que hacer una pila con los libros de Rousseau, darles candela y convenir que hay seres humanos que, lejos de ser buenos por naturaleza, son bastante cabrones, y se alegran de las desgracias ajenas, de que se te muera el gato, te quiten una paga extra, te suban la luz o el IVA, te rebajen el subsidio o que, en el colmo de la mala suerte, la rueda de un avión te pase por encima del pie en el aeropuerto de Castellón, donde todavía no se conoce la forma que tienen esos engendros con alas.

Andrea jamás lo haría porque su educación es exquisita y tiene mucho respeto a los trabajadores, parados incluidos. Ella misma se habría ganado el pan con el sudor de su frente de no ser por esa incapacidad suya para la transpiración espontánea. La diputada del PP sabe lo que es la mala fortuna en la vida, aunque sólo sea por contraste con su familia, que es de las que ganan a la lotería sin comprar el número o comprándolo después del sorteo, si es que es verdad lo que afirman algunos maledicentes.

Una Fabra como ella lleva la política en la sangre, y no se le ocurriría cometer semejante desliz. Los Fabra pueden insultar a los periodistas o llamar "hijo de puta" al portavoz municipal del PSOE, pero no desear que les den a los parados de esa forma tan explícita, que esos vagos siempre le merecieron mucho respeto a ella y a sus congéneres más próximos. De ahí que haya que aceptar su palabra cuando jura y perjura que el "que se jodan" iba dedicado a los socialistas, un hatajo de vocingleros antipatriotas, incapaces de aplaudir como ella que el PP arroje al váter sus principios y tire estruendosamente de la cadena.

Lo de Andrea, en consecuencia, no hay quien se lo crea. Exigir su renuncia es una muestra más de la impotencia de la oposición, que carece de argumentos para criticar a un Gobierno que en tiempo récord ha sido capaz de desguazar el Estado del bienestar y conseguir que el país sea intervenido por Europa. Como no pueden meterse con Rajoy, se ensañan con Andrea y ponen en su boca esas tres malditas palabras suyas. "Que se jodan", en realidad, lo dice todo de esta mujer y del lugar que se asigna en el mundo, mucho más que los discursos que jamás pronunció o de las iniciativas que nunca presentará, ni falta que hace. El "que se jodan" es un estilo de vida. El de los Fabra.

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