Tierra de nadie

La alcaldesa y sus juguetes

El ya se lo dije nunca es un consuelo, pero permitan que les recuerde que aquí mismo se aventuró lo que echaríamos de menos al faraón Alberto, que ahora ha descubierto que para ser recordado eternamente no es necesario levantar pirámides y endedudar a cuatro generaciones ya que con reeditar el Código de Hanmurabi en tapa dura y cobrar entrada en los juzgados se consigue el mismo efecto: que se acuerden intensamente de uno y de sus deudos. Se fue Gallardón de Madrid y nos dejó en su lugar a Ana Botella, que se había cansado un poco de las casitas de muñecas de las niñas bien y necesitaba algo más grande para seguir jugando. Con las mismas, fue elegida alcaldesa con el 100% de los votos de su marido, en singular demostración de que la democracia puede abrirse paso en Afganistán y en la Cibeles.

Con Botella de regidora podía pasar cualquier cosa, porque no es lo mismo amueblar con miniaturas de caoba un dormitorio a escala que dirigir una metrópoli. Todo lo más que puede suceder jugando a las muñecas es que Barbie se despeine o que Kent se caiga de la estantería y se le salga un zapato, nada que te obligue a dejar de tomar las aguas en Sintra ni que requiera de mayores desvelos. Los juguetes no mueren aplastados por la incompetencia municipal ni por la avaricia desmedida de un promotor que se sigue paseando por la calle tan campante con cinco muertos a las espaldas.

En los mundos de Yupi de la alcadesa uno puede contratar de chófer a Carromero y dormirse en el asiento del copiloto. Pero en la vida real hay cosas imposibles, como la de sostener en el puesto a un cargo público como el ya exvicealcalde Villanueva, cuya primera reacción tras conocer la tragedia del Madrid Arena fue la de defender al organizador del evento, íntimo suyo, coleguita de francachelas y beneficiario de sus contratos, un auténtico escarnio para las familias de las víctimas y para cualquier persona decente.

Dos y meses y medio después, tras una grotesca comisión de investigación y la imputación judicial de otro concejal, Villanueva dice que se va "con la conciencia tranquila" sin haber beneficiado a nadie y tras haber entregado lo mejor de sí mismo a los madrileños para que la alcaldesa pueda afrontar sin tensiones "los nuevos retos que tiene mente", quizás el de poner tarima flotante en el sótano de la casita para hacerle un despacho al geyperman de su esposo.

Ocurre esto dos días después de que la señora acudiera a Lausana para convencer por enésima vez a los honestísimos miembros del CIO de que organizando eventos, ya sean fiestas de Halloween o Juegos Olímpicos, Madrid no tiene parangón en el mundo. Es legítimo pensar que, no ya Botella, que bastante tiene con decidir qué minicortinas pone en la salita de té, sino alguien con bigote de su entorno más próximo, haya reparado en que lo más conveniente era jubilar a Villanueva, no fuera a ser que acabara organizando la visita de los inspectores olímpicos y subcontratara a Miguel Ángel Flores para montarles un sarao en un local sin salida de incendios.

Se debate ahora si tras la amputación de su mano derecha, si eliminado su cortafuegos, la santa de Aznar resistirá los embates del escándalo, lo cual no deja de ser gracioso. ¿Alguien que cuenta con todas las bendiciones del mayor estadista que conocieron los siglos va a tener en cuenta las peticiones de dimisión de la oposición o la opinión de unos ciudadanos indignados que creían haberlo visto todo con Álvarez del Manzano y su manera de entonar los villancicos? ¿Alguien así va a considerar que tiene la misma legitimidad para dirigir el Ayuntamiento que la Draculaura de las Monster High?

Con su desparpajo habitual, Botella ha presentado la marcha de Villanueva como la consecuencia de una remodelación de su equipo de gobierno para seguir enfrentando la crisis económica y ahorrar costes. El ex vicelcalde, según ha dicho, es honradísimo y sigue teniendo toda su confianza. ¿Dimitir ella? Un terremoto tendría que asolar su casa de muñecas, hacer añicos la porcelana de la segunda planta, y ni aún así.

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