Tierra de nadie

No se rían: la Justicia es igual para todos

Nos lo repetían una y mil veces y no hacíamos ni caso. Hasta el Rey nos lo había dicho en plan solemne la Nochebuena que empezó a borrar a su yerno del álbum de fotos de la familia poco antes del tradicional atracón de langostinos: la Justicia es igual para todos, proclamó. Y tampoco le hicimos caso. Una mayoría de nosotros siguió erre que erre, desconfiados, suspicaces. Maldito escepticismo.

Apenas unas pocas mentes libres de prejuicios habían interiorizado el concepto. Los banqueros, por ejemplo, siempre supieron que la Justicia es igual para todos ellos. Nadie está a salvo de errores, es cierto, pero para eso se ha inventado el indulto o el Banco de España, por lo que la igualdad no deja de estar asegurada. En la Justicia se pudo confiar, y por esa razón siempre se encomendaron a ella los políticos pillados en renuncio o en una recalificación urbanística, los empresarios que alzaban bienes como quien iza una bandera y los hipotecados, que tenían clarísimo que si dejaban de pagar tres cuotas tendrían que instalarse debajo de un puente porque la Justicia les desahuciaba a todos por igual.

Pese a estos datos irrefutables, eran legión quienes no terminaban de creérselo, hasta que ayer se conoció la imputación de la infanta Cristina y se cayeron del caballo con todo el equipo de campaña. El caso de la hija del Rey es la demostración palpable de que la señora de la balanza es completamente ciega y no hace trampas con la venda a la que te descuidas.

De hecho, cualquiera habría recibido el mismo trato que ella. ¿Qué propietario al 50% de una sociedad a la que se canalizaban pagos supuestamente irregulares no habría tardado dos años en ser llamado ante el juez para escuchar sus explicaciones? ¿Qué juez no habría creído a pies juntillas durante este tiempo que una persona como la infanta podía disfrutar los fondos de la empresa de la que es copropietaria o ser consultada sobre algunos de sus proyectos sin tener forzosamente que conocer a qué se dedicaba en realidad el otro copropietario, es decir su marido? ¿Iba a ser menos una infanta que Ana Mato, la princesa de la inopia?

Es más, si apuran el razonamiento es posible que se este cometiendo una pequeña injusticia con Cristina por ser infanta, un desgraciado accidente éste de ser alteza que ocurre en las mejores familias. ¿Por qué hay que presuponer que el Rey, además de reconvenir a Urdangarin por sus actividades a través de sus emisarios, tuvo forzosamente que dar cuenta a su hija de sus temores y pedirle que se apartara de los negocios de su marido? ¿Por qué le iba a parecer sospechoso que su esposo tuviese cuentas en Suiza si las tenía toda la familia?

Llegados a este punto, es normal que Zarzuela haya roto su costumbre de no comentar las resoluciones judiciales y un portavoz corriera a expresar su sorpresa por la imputación. Afortunadamente, en este país la Justicia funciona y si un juez yerra no faltara un fiscal anticorrupción que trate de desfacer el entuerto. Una cosa es que la Justicia sea igual para todos y otra es el celo desmedido de un magistrado justiciero, aunque con un par de años de retraso.

Parafraseando a Aznar, créanme cuando les digo que la mejor forma de superar el escepticismo es dejar de hacer preguntas capciosas del siguiente tenor: ¿No estaba el Rey obligado a denunciar  a su yerno si sabía que se lo estaba llevando crudo mucho antes de que el asunto llegara a los tribunales? ¿No habría impedido así el saqueo de dinero público? ¿De dónde pensaba la infanta que salieron los casi ocho millones de euros que costó el palacio en Pedralbes y su reforma versallesca, o el millón y medio de los pisos de Palma? ¿Creía Cristina que todas las asistentes del hogar de este país debían ser inmigrantes irregulares y además cobrar en negro?

Lo realmente importante es que, sin ningún género de dudas, ha quedado demostrado que la Justicia es igual para todos. Y tengan la bondad de no reírse. Es un favor que humildemente les pido.

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