Tierra de nadie

Una estatua de sal que fuma puros

Lo de Rajoy con los discursos empieza a ser muy sospechoso. Ya sea por la austeridad y el recorte en asesores o por la desidia que es costumbre de la casa, el presidente lleva una temporada repitiendo el mismo allá donde va, con independencia de que se dirija al Parlamento, a su partido o a un simposio de cirujanos maxilofaciales. El día que empiecen a sudarle las manos lo plastifica.

Ayer ante el Congreso repitió lo mismo que había dicho en su partido, que es lo mismo que ha venido diciendo en sus últimas comparecencias, tanto en persona como en pantalla plana. Se resume en dos ideas fuerzas: hago lo que hago y no pienso hacer otra cosa, y algún día me agradeceréis lo que estoy haciendo. La derivada de tanta autocomplacencia debería ser cerrar las Cortes, toda vez que el gallego se ha convencido de que en la oposición sólo hay imbéciles cuya única misión es criticar sus reales decretos. Como muestra un botón: el PP sacaba ayer adelante la nueva ley hipotecaria tras rechazar una a una las 275 enmiendas del resto de grupos. Todas equivocadas, todas prescindibles.

Lo de pensar que uno es el que conduce en el sentido correcto y el resto de la humanidad va de kamikaze tiene sus riesgos, porque se empieza a ver llegar de frente a tu propios compañeros. Algo así está pasando ya en el PP: ante la disyuntiva de defender al líder o a unos sillones que las encuestas dejan en el aire, algunos barones se han puesto al volante a toda pastilla. Ya hay quien habla incluso de la zapaterización de Mariano, y la posibilidad de que se repita la historia del "me cueste lo que me cueste" que tanto costó a los socialistas tiene a muchos conservadores gruesos de los nervios.

Así, donde antes se hablaba de la sangre fría de Rajoy ahora se dice abiertamente que este hombre carece de riego sanguíneo, y que por eso es inconmovible. El dontancredismo del líder empieza a ser un poco cargante. Nada parece alterar la placidez presidencial. Ni los escándalos de corrupción, ni el encendido debate sobre la monarquía, ni la desafección de Cataluña y su proceso soberanista, ni un final de ETA que puede truncarse por pura desidia, ni los más de seis millones de parados... El país parece estar en manos de una estatua de sal que fuma habanos, lo que no deja de ser una buena noticia porque significa que de cigarros algo entiende.

El hieratismo presidencial tiene descompuesto al propio monarca, al que han debido de decirle que se levante de la lona, aunque sea con muletas, antes de que la cuenta del K.O. llegue a diez. De ahí que se esté dedicando a impulsar un pacto de Estado por el empleo para dar a entender que sirve para algo más que para cazar elefantes y relacionarse con la nobleza alemana. Y de que envíe a la Reina a pedir un acuerdo amplio para crear empleo en un acto de la Cruz Roja, en vista de que a Rajoy no le gusta, al parecer, que le mande mensajes por TVE pese a su predilección por el plasma.

Tan amortizada como a la oposición, a la que propuso ayer un trágala para que se sumaran alegremente a sus nuevos recortes en pensiones y a una reforma de la Administración contra la que luchan los propios alcaldes del PP, tiene Rajoy a la Casa Real, a la que bastante favor hace con dejarle a la fiscalía y al abogado del Estado para que defiendan a la infanta desimputada.

No saben con quién están tratando. Un tipo que se dirige a los parados para decirles que pierdan toda esperanza ha de estar hecho de una madera distinta, muy parecida al granito. Alguien capaz de sacar pecho y proclamar que España no ha sido rescatada después de haber recibido 100.000 millones de Bruselas y haber aplicado todos los ajustes que se le exigían tiene un cuajo a prueba de bombas. ¿Un pacto para crear empleo? ¿Para qué? ¿Para tener que cambiar el discurso ahora que ya estaba plastificado?

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