Tierra de nadie

Los pobres quieren buenas universidades

El debate sobre las becas, concluido recientemente con la crucifixión de Wert a manos de los suyos en el Gólgota del 6,5 de nota media, sigue ocultando otro en el que nadie parece haber reparado, y es que las universidades públicas en España son malísimas o, si se prefiere, manifiestamente mejorables. No hay por qué creerse los ranking a pies juntillas, pero ya es casualidad que en todas las clasificaciones mundiales de centros de educación superior sea preciso armarse de paciencia para localizar a los nuestros en los últimos puestos, al punto de que uno duda de si lo que mira es un listado de universidades o los resultados del festival de Eurovisión.

Las razones son diversas pero lo que queda claro es que con los baremos que aplica, por ejemplo, la Universidad Shangay (número de premios Nobel que se hayan formado en sus aulas o den clases allí, número de investigadores altamente citados en publicaciones prestigiosas, número de artículos publicados en las principales revistas científicas o número de trabajos académicos mundialmente reconocidos, entre otros), cualquier parecido entre nuestros centros y los de Harvard, Berkeley, Stanford, o Cambrigde -los primeros de su lista-, es pura coincidencia.

No podíamos esperar otra cosa en un país que desprecia la investigación y sigue aplicando aquello de que inventen ellos o que cree que la educación es un gasto que hay que recortar para cumplir con el déficit. Gutiérrez Solana, el que fuera presidente de la Conferencia de Rectores, explicaba hace un año en una información del diario Expansión el marco de referencia: "Tomemos la Universidad de Cambridge y la Universidad de Barcelona. Son de las mejores, pero el presupuesto por alumno de Cambridge equivale a 10 de Barcelona y por cada profesor de la británica la catalana invierte en 6...".  Jugamos en otra liga y toda comparación es odiosa.

En consecuencia, tenemos universidades que hacen lo que pueden con los escasos recursos de los que disponen y, a riesgo de coincidir con Wert, en demasía. A todo el mundo le encantaría tener en su pueblo la Universidad Johns Hopkins o el Karolinska Institutet sueco, pero, aun siendo imposible, aquí lo hemos intentado: entre públicas y privadas contamos con más de 80 centros de educación superior, lo que a simple vista parece un disparate.

Pero volvamos al tema de las becas, donde vuelve a soslayarse otro dato fundamental: pese a la brutal subida de tasas, todas las plazas universitarias están subvencionadas, en la medida en que cada una de ellas cuesta mucho más que la matrícula. Se configura así una especie de impuesto indirecto de la educación, de forma que una unidad familiar con ingresos de 100.000 euros al año, pongamos por caso, recibe lo mismo del Estado para que el niño sea farmacéutico que la de un mileurista.

¿Ha de establecerse una nota media elevada para estudiar en la Universidad como sugería el ‘maldito’ Wert? Pues a lo mejor sí, pero obviamente no sólo para los becados, si lo que se quiere es valorar justamente el mérito. Aceptemos incluso la idea del ministro: todo aquel que no obtenga un 6,5 no merece cursar estudios universitarios, ya sea pobre o rico. Los niños de papá también tienen derecho a ser electricistas.

A partir de ahí es obligatorio poner sobre la mesa los recursos necesarios para una educación de calidad. Y graduar después los precios de la enseñanza en función de la renta, desde la gratuidad para quienes lo necesiten, incluido los gastos de residencia, hasta el coste íntegro de la plaza para aquellas familias que puedan pagarlo. El sistema debería ser capaz de reenganchar bajo determinados requisitos a aquellos que en una etapa posterior pretendieran acceder a estudios superiores.

La criba no debería afectar sólo a los estudiantes, sino también a los docentes, que habrán de estar a la altura del nivel que se exige a sus alumnos. La enseñanza es una tarea compleja. El profesorado ha de formase pedagógicamente porque su éxito no estriba en lo que saben sino en lo que transmiten. Un profesor de matemáticas -zurdo para más señas- lo explicaba divinamente en su blog: "Se puede acceder a las plazas de ayudante y asociado sin tener mucha idea de lo que se explica en clase. Para el resto de plazas, el ser doctor en general va a implicar tener más conocimientos, pero no tiene por qué ser así. Tengamos en cuenta que para estas últimas plazas, para concederlas no se juzgan solo los méritos docentes sino también los méritos en investigación, puesto que la función de estas plazas es tanto la docencia como la investigación. Al final, alguien con un gran currículo, puede estar tan especializado en algo en concreto que lo mismo en realidad no es apto para explicar algo fuera de su especialidad".

Y seguía: "Es más, una vez tienes una plaza, puedes ir haciendo méritos para que te suban el sueldo. Unos son por docencia, pero prácticamente son automáticos. Otros son por investigación y éstos ya no son tan automáticos. Vamos, que al final lo que prima es más la capacidad investigadora que la docente tanto antes de conseguir la plaza, como después. Eso hace que en muchos casos, el profesor no se preocupe de la docencia y se concentre sólo en investigación, pudiendo ser muy bueno investigando, cosa que de hecho es bastante habitual. Aunque claro, también hay malos docentes que son malos investigadores".

En resumen, tenemos muchas y mediocres universidades públicas y, probablemente, tal y como indican las estadísticas de la OCDE, demasiados universitarios aunque sea por comparación: ¿Es normal que más del 50% de los adultos en Alemania tengan un título de Formación Profesional y aquí no se llegue al 9%? ¿Qué hay de malo en ser un buen ebanista?

A los pobres no les da miedo el esfuerzo siempre que se les permita disputar la carrera sin llevar una mano atada a la espalda. Tan peligrosa como la discriminación por renta es la que establece el propio sistema educativo público, desacreditado y concebido como un reservorio de futuros parados. No es un tema que preocupe a los ricos, que siempre pueden mandar a sus hijos al University College London y aprovechar para hacer compras en Covent Garden cuando vayan a visitarles. Sin universidades públicas de calidad, la igualdad de oportunidades es una quimera.

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