Tierra de nadie

Gracias Pedro J.

No hace ni 24 horas que su nombre ha desaparecido de la mancheta y uno, que es muy sentido, empieza a echar ya de menos a nuestro más grande y celebrado apóstol de la libertad de expresión, el periodista más grande que han visto los tiempos desde Woodward y Bernstein y desde antes si me apuran. Ha dicho Pedro J que cambia el director y continúa la orquesta, pero sin Karajan no será lo mismo, claro, y de la orquesta faltan unos centenares de músicos a los que ha ido echando a la calle a un ritmo tal, que la sinfónica amenazaba con convertirse en un cuarteto de cuerda. De la suya, lógicamente.

Lo primero que uno aprende de los apóstoles de la libertad de expresión es que jamás son despedidos por mala gestión o por llevar a la quiebra técnica a sus medios con sus decisiones disparatadas sino por turbias conspiraciones tras las que se esconden reyes o gobiernos que no soportan las críticas ni entienden lo que es la democracia. A Ramírez, por ejemplo, no se le destituyó de la dirección de Diario 16 por llamar capullo en un editorial al fallecido Jorge Semprún, que curiosamente cenaba ese día con el dueño del periódico, Juan Tomás de Salas, del que era íntimo amigo. Ni influyó el hecho de que ambos leyeran juntos el mandoble en el VIPS al que se habían acercado para comprar el diario.

La razón del despido fue su implacable investigación sobre los GAL y los crímenes de Estado, una valiente cruzada periodística que, al parecer, tuvo sus altibajos. Esto es lo que los lectores de Diario 16 pudieron leer en su editorial del 23 de marzo de 1981: "La lucha contra ETA debe practicarse como una campaña de desratización, aplicando una serie de técnicas tan viejas como la historia misma del mundo. O acabamos con la plaga o la plaga acabará con aquello en cuanto creemos". ¿Instigaba nuestro héroe la guerra sucia? Nunca. Lo más probable es que le pillara librando.

Un apóstol de la libertad de expresión siempre ha de estar contra cualquier tiranía, incluida la de los principios. Nada hay más sólido que un cimbreante junco plantando cara al viento. Baluarte de la unidad de la patria, siempre al acecho ante cualquier intento por desmembrarla, el exdirector de El Mundo escribía esto en 1996 en las páginas de la edición de Euskadi: "No somos un periódico independentista, pero defendemos el inalienable derecho de autodeterminación de los pueblos y nada tendríamos que oponer si limpia y democráticamente el País Vasco optara un día por la separación del resto de España".  ¿Y Cataluña? Qué quieren que les diga. La edición catalana llegó más tarde.

Los GAL, por cierto, siempre la tuvieron tomada con este hombre. Su reacción tras la detestable operación que le convirtió en protagonista de una película porno de gran difusión fue declararse su víctima 29, un mazazo del que no tardó en recuperarse gracias, entre otros, al apoyo del matrimonio Aznar que se negó a darle la espalda. Encerraba el episodio otra gran enseñanza: cualquier asunto personal que afecte a un apóstol de la libertad de expresión puede convertirse por arte de birlibirloque en una cuestión de Estado, ya afecte a su trasero o a su piscina.

Los que aspiren a esta comunión con el periodismo han de tener claro que la máxima recompensa no es la riqueza sino una incansable búsqueda de la verdad. Ramírez en esto ha sido inflexible. Salió de Diario 16 con una mano delante, otra detrás y más de 50 millones de pesetas, que para la época era un pico. Hoy, entre casoplones y sicav, debe de tener más de 50 millones de euros de patrimonio. El dinero jamás le ha preocupado, salvo quizás cuando usaba sociedades instrumentales para comprar a bajo precio a trabajadores de El Mundo las acciones que luego vendería a más del 500% a los actuales dueños del periódico.

De hecho, si ha aceptado continuar en Unidad Editorial, pese al complot urdido por los poderes fácticos para defenestrarle, no ha sido para asegurarse el cobro de un multimillonario finiquito sino para evitar hacer la competencia sus compañeros desde otro medio, posibilidad que él mismo había aventado en los últimos meses a todo el que quisiera oírle.

Se nos va un grande, posiblemente el único director de periódico condenado por el Tribunal Constitucional por atentar contra la libertad de expresión de un periodista de su medio. Estamos ante un visionario que, con sus desternillantes seriales sobre los atentados del 11-M, ha transformado la ficción en periodismo de investigación, tras reducir primero éste a la condición de periodismo de talonario. Gracias por todo, Pedro J. Y hasta pronto.

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