Tierra de nadie

El jarrón chino me ha pegado

Tontamente, hay museos que, en un alarde de prevención, resguardan sus colecciones de jarrones chinos tras cristales blindados, temiendo que a algún visitante le dé por convertir las porcelanas en puzzles de 5.000 piezas cada uno. Se trata de una protección inútil ya que, como vienen demostrando Aznar y Felipe González, los jarrones chinos no sólo son irrompibles sino que, además, pueden darte un mandoble con el asa y partirte la crisma al menor descuido.

González, que es el jarrón chino por excelencia, es duro como el diamante y ayer volvió a demostrarlo en una entrevista en La Sexta, en la que dejó claro que si su partido se decide al fin a ponerle en una vitrina no es para preservarle de los golpes sino para evitar que lastime a más gente con los suyos, ya sean compañeros o amigos, porque este tipo de porcelana no respeta nada ni a nadie. Bien es verdad que no todos los jarrones son iguales y que entre ellos también hay clases. Por expresarlo gráficamente, mientras que Felipe y Aznar han de ser consideradas piezas de la dinastía Ming, Zapatero se conforma de momento con ser un vaso de Duralex.

Los jarrones chinos son, por lo general, tipos muy presuntuosos por eso de que se consideran piezas únicas. González lo dejó claro ayer cuando hizo una enmienda a la totalidad a los políticos españoles, incapaces, según dijo, de exponer de corrido en 20 minutos su proyecto para España. Él, en cambio, podría hacerlo en la mitad de tiempo, sobre todo si está tan aburrido como en los consejos de Gas Natural, y si no lo hace es para no poner en evidencia a sus colegas. A Rubalcaba, al parecer, se lo tiene dicho, pero el todavía líder del PSOE sigue sin poder superar la prueba ni con el comodín del público.

Fue el primer capirotazo que propinó el jarrón. El segundo, más fuerte, vino con su apoyo a una eventual coalición entre el PSOE y el PP "siempre que el país lo necesite", circunstancia ésta que no aclaró quizás para mantener la intriga. Descartada expresamente la actual situación de crisis, los escenarios posibles irían desde la tercera guerra mundial a -lo que sería peor y más radiactivo- la declaración unilateral de independencia de Cataluña, pasando por lo más probable, que sería la ingobernabilidad del país a cargo de socialistas y populares por la dispersión del voto hacia partidos ahora minoritarios. Esta dispersión "no ha demostrado que ayude a resolver los problemas" dijo González, ni podrá demostrarlo nunca si su criterio se impone.

A la actual dirección del PSOE se le debió helar la sonrisa al escucharle, porque si algún empeño tiene en estas elecciones es demostrar que el voto útil mantiene su vigencia, y que el cuento chino de que para contener a la derecha es preferible apoyar a los socialistas antes que a fuerzas de izquierda más pequeñas tiene un final feliz y acaba en boda con menú de perdices.

¿Cuántos de quienes darían el voto el PSOE aún tapándose la nariz lo harían si sospecharan que todo acabará en una gran coalición con el PP? Rubalcaba, que será incapaz de exponer en 20 minutos su idea de España en 2034 pero tiene dos dedos de frente y hasta la mano entera, se apresuraba hoy a afirmar que por encima de su cadáver habría un gobierno de concentración, lo cual tampoco es decir mucho dada su escasa esperanza de vida política.

Los jarrones chinos son así de especiales. Son los únicos que saben qué hay que hacer y con quién hay que pactar. Entienden que si una multinacional les dora el riñón no es por su agenda sino por el placer de escuchar sus valiosísimas opiniones. Y no se meten en líos de partido, como las primarias, aunque entre bambalinas repartan sus bendiciones a algunos protocandidatos. Dicen que en política es muy aconsejable matar al padre pero está visto que lo definitivo sería reconvertir los jarrones en floreros, en vista de que romperlos es misión imposible.

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