Tierra de nadie

Marta Ferrusola y la mujer de Ceaucescu

Por razones obvias, la sombra de Jordi Pujol nunca fue alargada pero durante mucho tiempo dibujaba en el suelo el inconfundible contorno de un moño en la cabeza. Luego Marta Ferrusola se decidió a cambiar de imagen. Debió de ser allá por 1995, cuando se desataron los rumores de que el president tenía una amante, en abierta demostración de que el poder erotiza aun cuando la materia prima no sea la de Varufakis.

La dona prescindió del tocado sin dejar de llevar los pantalones de una familia a la que jamás se ha definido como lo que era en realidad: el clan Ferrusola. Y es que doña Marta, que el pasado lunes protagonizó una gloriosa comparecencia en el Parlament, ha mandado tanto que algunos de los más famosos cadáveres de la política catalana se atribuyen a su daga, incluido Miquel Roca, al que metió en un armario del que por fin pudo salir para hacerse rico y hasta abogado. Dicen que la historia de Artur Mas sería muy distinta de no haber recibido las bendiciones de esta mujer de hierro que tanto ha inspirado a su marido en los asuntos públicos y a sus hijos en los negocios privados.

Habría podido pasar por la Scarlett O’Hara de Lo que el viento se llevó jurando que nadie de los suyos volvería a pasar hambre, que para eso estaban los contratos de la Generalitat de la que ella misma disfrutaba con su empresa de plantas y flores, pero el paralelismo que más ha hecho fortuna la equipara con Elena Ceacescu, la mujer del dictador rumano, con la que guarda además un notable parecido.

Elena era una harpía de cuidado. Se empeñó en ser una química de renombre internacional aunque, como se afirmaba, tenía ciertos problemas para escribir correctamente la fórmula del agua. Llegó a ser miembro de la Royal Academy de Londres, acumuló doctorados y se hizo un nombre en el campo de los polímeros firmando trabajos ajenos. Su poder era semejante a su pasión por las pelis porno, materia en la que estaba considerada una autoridad mundial.

A Marta, en cambio, nunca se le ha conocido afición por Rocco Siffredi, pero en poder habría rivalizado con la Petrescu, que era su apellido de soltera. Lo sabían los consellers que le rendían pleitesía, las empresas que le encargaban los adornos florales de sus sedes y hasta el Barça, que dejó en sus manos el nuevo césped del estadio y casi acaba jugando en tierra batida. No se sabe si odiaba más al Tripartito porque José Montilla era andaluz o porque terminó con su chollo de Hidroplant, la firma de esta emprendedora. Tanto sobrevoló la política catalana que a los 59 años, con un par, saltó en paracaídas.

El lunes, como se ha dicho, llegó al Parlament para no abrir la boca y se salió de la tabla. Entre el "no tenemos ni un duro" y "mis hijos van con una mano delante y otra detrás" culminó ante la comisión que investiga el fraude, la evasión fiscal y la corrupción de los Pujol una intervención de altura. Su hijo tenía un Ferrari, sí, pero lo compró hecho una ruina y se puso a arreglarlo. Ella iba a Andorra, pero no a llevar y traer dinero de sus cuentas sino a esquiar y ayudar a una fundación de ayuda a los niños con cáncer cuyo patronato preside. "Cataluña no se merece esto", acabó diciendo. Una verdad como un templo.

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