Tierra de nadie

La izquierda reúne a sus pastores

La izquierda es algo casi tan complicado como el manual de instrucciones de una SmartTV: nadie sabe cómo instalar el AllShare ni cómo se actualiza el firmware, y lo peor es que a menudo existen fallos de conexión a red y problemas con dispositivos DLNA por lo que no es extraño que la imagen no se muestre a pantalla completa o que el audio se entrecorte. Existen graves problemas de conexión indescifrables o, mejor dicho, incomprensibles. En definitiva, falla la sintonía.

Así nos encontramos con que partidos que deberían hablar el mismo idioma no sean capaces de entenderse mientras se aferran a su propia guía del usuario, que en muchos casos es una traducción de andar por Google del chino mandarín. En circunstancias normales sería ese más de lo mismo al que nos tienen tan acostumbrados, pero en los momentos actuales, en los que se requiere pasar de las musas al teatro, en los que la realidad exige poner cimientos a los castillos en el aire, el temor a que la torre de Babel acabe como el rosario de la aurora no es infundado.

Como se ha dicho aquí en alguna otra ocasión, desde la caída del muro de Berlín la izquierda se hizo conservadora y a la derecha le dio por hacer su revolución, que esencialmente consistía en hacer tabla rasa de las leyes, de las ideologías y, por supuesto, del propio Estado, al que uno de los teóricos de Bush y cabeza visible de la American For Tax Reform, Grover Norquist, soñaba con reducir al tamaño necesario para poder ahogarlo en una bañera.

A la defensiva, la izquierda lleva décadas tratando de conservar los restos de un edificio social que amenazaba ruina y poniendo tiritas en algunos derechos heridos de muerte como la igualdad, cuando no sumándose a esa modernidad con operaciones de cirugía estética para intentar llegar al poder con la cara de la propia derecha.

Es ahora en medio de un solar prácticamente arrasado cuando toca construir algo medianamente reconocible. Para ello es imprescindible encontrar un común denominador en los distintos planos desde el que proyectar una base sólida que, al menos, sirva para un adosado medianito, que después de vivir tanto tiempo debajo de un puente no vamos a pedir un rascacielos. La soberbia, como decía Quevedo, es un arquitecto tan ruin que los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos.

Se llega de esta forma a la esperada reunión de pastores de la izquierda, un cónclave de arquitectos de instintos homicidas que llevan tiempo soñando con empezar el vaciado del terreno, no ya para anclar los pilares sino para arrojar allí a sus adversarios al descuido y cubrirlos de hormigón hasta las cejas. Así, claro, hasta un simple alicatado de los baños se convierte en una misión imposible.

A nadie se les escapa que, como en toda obra que se precie, siempre habrá gente mirando y puede que tanto testigo haga imposible el crimen. Vigilan los jubilados, los asalariados, los autónomos, los estudiantes, los dependientes, los funcionarios y los parados. Vigilan unos votantes a los que la crisis ha empapado y que se merecen como poco unos soportales en los que guarecerse.

Ninguno de ellos tiene la culpa de la falta de sintonía entre los constructores ni quiere ser la oveja muerta de unos pastores absurdos que parecen dispuestos a dejar morir de hambre al rebaño con la expectativa de pastos más abundantes. A los que observan les importa un carajo quién tiene la grúa más larga y confían en que, finalmente, las hileras de ladrillos empiecen a elevarse. Hay una casa por construir. Pónganse el casco y trabajen.

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