Tierra de nadie

A los padrinos de Blesa y Rato no les juzga nadie

A Miguel Blesa, el banquero de Aznar, le juzgan desde hoy por la misma nimiedad que a Rodrigo Rato, el banquero de Rajoy, un no se qué de unas tarjetas de crédito a las que ninguno prestaba mucha atención porque es sabido que el castigo divino que han de soportar los ricos, ya sean nuevos en la plaza o de rancio abolengo, es el dinero, y preguntarse de dónde procede es una herejía o, cuando menos, una ordinariez imperdonable.

Blesa era de los ricos recién llegados, un tipo predestinado para la pasta desde que opositaba con el estadista del bigote a inspector de Hacienda y los dos acabaron en Logroño levantando actas. Del amor de pupitre a primera vista se pasó a mayores. El pobre Miguel mataba el tiempo haciendo declaraciones de la renta cuando José Mari le metió en la Caja y le hizo presidente con la inestimable ayuda de CCOO y de IU, una izquierda pragmática que evolucionaba a toda máquina hacia el marxismo-ladrillismo, la revolución final. Con semejante escolta, Blesa aprendió rápidamente a forrarse con unos ratios de eficiencia que resultaron ser la envidia del sistema financiero. Estábamos ante un superdotado para el negocio bancario.

Fueron 13 años estresantes entre el BMW blindado y el Ferrari, que amenazaba con griparse si no le pasaba de 200 por hora, entre el Sevruga y el Beluga Royal 000, que un gentleman como él no iba a comer huevas de lumpo, entre el Vega Sicilia y el Chateu D’Yquem, entre la cacerías africanas y rumanas, donde el intrépido banquero abatía hipopótamos, leones, cebras y osos, el último el de Cajamadrid que en paz descanse. Fueron 13 años agotadores, porque perpetrar una agujero descomunal en la Caja hasta llevarla a la ruina, comandar personalmente una estafa como la de las preferentes y hacerle la competencia al PP en lo que al reparto de sobresueldos en negro se refiere –es decir, las tarjetas black por las que ahora se le juzga- ha de cansar bastante. Jamás agradeceremos bastante a Aznar haber elegido para el cargo a este cretino de aires aristocráticos que decía no perderse un capítulo de Aída porque el personaje representaba el "contrapunto a mi vida, mi lenguaje y mis costumbres".

De no ser por Esperanza Aguirre, que sólo cobraba 100.000 euros y no dejaba de preguntarse por qué el "imbécil" de Blesa se levantaba más de tres kilos al año, habría hundido también Bankia, pero esa misión estaba reservada al doctor honoris causa Rodrigo Rato, rico éste de familia aunque venida a menos, elegido por Rajoy para pararle los pies a la lideresa, que le había reservado el sillón a otra joya de la corona, luego presidente de Madrid, llamado Ignacio González. Como se ve, no hay nada en el mundo que en algún momento no sea susceptible de empeorar.

Tras su espantada del FMI, Rato se había plantado en Madrid no para salvar al PP del sesteante gallego que lo presidía como algunos se maliciaban sino para llenar sus cuentas corrientes a toda pastilla. Quienes en el pasado recibieron sus favores pasaron por caja y no hubo multinacional que no le abriera las puertas de sus consejos y le extendiera la alfombra roja, desde Telefónica a Criteria y del Santander a Lazard, que menudo era don Rodrigo cuando decidía darle a la máquina de hacer billetes. En esas estaba cuando llegó Rajoy con las rebajas.

Para alguien que había decidido hacer dinero en cantidades industriales, la bicoca de Cajamadrid era como el cordero de Norit para el lobo de Caperucita. Lo primero que hizo fue subirse el sueldo; lo segundo, autorizar una fusión con el pozo sin fondo de Bancaja y sacar a bolsa la resultante, una colosal estafa por la que se sigue devolviendo el dinero a los incautos que se creyeron aquello de ser ‘bankeros’. El hombre del milagro económico se descubría como un cuatrero de pacotilla, que se acogía a la amnistía fiscal de su amigo Montoro para repatriar los fondos que no había dejado de evadir desde que era vicepresidente del Gobierno y lanzaba diatribas contra los defraudadores. Y mientras excavaba el agujero de 20.000 millones que hemos tenido que reponer a escote se pulía la visa black en clubes y salas de fiesta, que en todos los trabajos se fuma. Por esa visa se sienta desde hoy en el banquillo.

Blesa y Rato encaran, junto a otros 63 acusados, el primero de sus juicios, un tema menor, el no se qué de unas tarjetas, la guinda de un desfalco a cara descubierta que ha puesto el país patas arriba. Para quienes les promovieron y les dieron la combinación de la caja fuerte nada de lo sucedido les ha supuesto contratiempo alguno. Aznar tiene muy olvidado al pobre Miguel, y eso que hasta le tuvo de intermediario en algunos de sus trabajos de comisionista y le perseguía para que Cajamadrid comprara la colección de cuadros de su pintor favorito por un pastizal. Lo de Rajoy con Rato es predecible: a estas alturas ya ni conocerá a esa persona de la que se le está hablando. Los responsables directos de haber metido a dos zorros hambrientos en el gallinero se lavan las manos tras la escabechina. Nadie les juzga. Sus banqueritos les salieron ranas. No siempre se acierta.

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