Tierra de nadie

El Partido Libertario es el culpable

De los terceros partidos no se acuerda casi nadie en Estados Unidos. Para participar en los debates presidenciales han de contar con un 15% de apoyo en las encuestas y obtener más de un 5% de los votos para acceder a la financiación pública, por lo que dependen en exclusiva de las donaciones. Sólo en una ocasión el candidato de un tercer partido obtuvo la presidencia, pero hablamos de 1860 y de Abraham Lincoln, que se presentaba por el Partido Republicano que entonces era el tercer partido por detrás del Demócrata y de la coalición que se formó en torno a los restos del partido Whig, del que procedía el propio Lincoln y que terminaría por disolverse poco antes de la Guerra de Secesión.

En estas elecciones en las que Trump ha metido al mundo el miedo en el cuerpo, a Gary Johnson, a la cabeza del Partido Libertario, no tardarán en responsabilizarle de su triunfo. Johnson, exgobernador de Nuevo México, ha sido decisivo en Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Florida y Arizona, donde estaban en juego 76 votos electorales que hubieran podido dar la victoria a Clinton. Su caso es similar al que protagonizó Ralph Nader, candidato del Partido Verde en 2000, cuando fue puesto en la diana por los demócratas bajo la acusación de propiciar la derrota de Al Gore y haber entregado la presidencia en bandeja de plata a Bush.

El exgobernador es un tipo peculiar. Empezó de carpintero y acabó fundando una empresa constructora que vendió en 1999 y que le hizo rico, como viene siendo habitual por aquellas latitudes. "Gente antes que política" fue el eslogan de su campaña cuando en 1994 ganó la nominación del Partido Republicano y se convirtió en el gobernador de Nuevo México, cargo en el que se mantuvo hasta 2003 tras imponerse en una segunda elección. En aquel estado se hizo famoso por tres cosas: su lucha para conseguir la legalización de la marihuana, su obsesión por adelgazar el peso de lo público y el uso del veto sobre 750 leyes. Al finalizar su segundo mandato, Johnson presumía de no haber subido un solo centavo los impuestos, de haber mandado al paro a 1.200 empleados estatales y de un superávit de 3.000 millones de dólares.

De ahí quiso dar el salto a la política nacional y se postuló para las primarias republicanas de 2011, carrera de la que se retiró para presentarse a las elecciones por el Partido Libertario, fundado en 1971 y que cuenta con algo más de 400.000 afiliados. El partido nació inspirado en las ideas de la filósofa y novelista Ayn Rand, de origen ruso –se llamaba Alisa Zinóvievna Rosenbaum y era de San Petersburgo-, enemiga del socialismo y la religión y partidaria del laissez faire hasta sus últimas consecuencias. Postula un individualismo radical, que incluye tanto la defensa de la libertad sexual como la libre circulación de personas con regulaciones mínimas a la emigración. Por resumir: pocos impuestos, libertad absoluta para portar armas, derogación de las leyes contra la prostitución y oposición al servicio militar obligatorio y al intervencionismo.

Nuevamente al frente de los Libertarios, Johnson, destacado opositor a la participación estadounidense en Afganistán, Libia e Irak, llegó a superar el 10% en las encuestas previas. Su programa incluía meter la tijera a fondo en los gastos de defensa y eliminar, entre otros, los departamentos federales de Seguridad Nacional, Comercio, Educación y Vivienda. Según cuentan las crónicas, su declive comenzó cuando fue incapaz de recordar el nombre de un dirigente mundial en una entrevista y vio mermar rápidamente sus apoyos. Si esa hubiese sido la razón, probablemente Trump no se vería ya instalado en la Casa Blanca.

Aún así, el partido ha obtenido los mejores resultados de la historia y, posiblemente, ha sido el voto refugio de aquellos republicanos cuya conciencia impedía respaldar al señor del flequillo y que habrían dado su apoyo a los demócratas tapándose la nariz. Y hasta de muchos jóvenes desencantados. Clinton ya tiene la explicación de su derrota ante el candidato más vitriólico e impresentable de la historia. Le ha cerrado el paso un aficionado al triatlón, que puede presumir de haber coronado el Everest: el culpable ha sido Johnson y sus libertarios.

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