Tierra de nadie

Lo de Pablo Casado se cura trabajando

Pablo Casado es de familia bien. Se licenció en Derecho y en Económicas, ha hecho un máster y varios cursos y dice en su currículo que ha estado en Georgetown y una escuela de Harvard, que eso siempre viste mucho. Eso sí, en sus 35 años ignora lo que es trabajar, si se exceptúa unas prácticas de dos meses que hizo en una filial suiza del Banco de Santander que, llegadas las elecciones y ascendido él a la cúpula del PP, eliminó de su expediente por eso de que Suiza no tiene buena prensa desde que Bárcenas montara allí un puente aéreo. Como hubo quien se lo recordó, Casado hizo memoria y volvió a incluir en su historial aquella página arrancada.

Antes de ser el ojito derecho de Aznar, que lo fichó como director de gabinete de su oficina de expresidente, fue el izquierdo de Esperanza Aguirre, que lo apadrinó en su debut en la política madrileña y le aupó a la presidencia de Nuevas Generaciones, ignorando lo que proclamó luego como máxima: "Voy a proponer que no pueda ir a un cargo público ni a un escaño ni a un puesto directivo importante alguien que no haya cotizado a la Seguridad Social en otra cosa, que no haya sido autónomo, empresario, que no haya hecho cosa distinta en su vida". Tuvo suerte porque para Casado la Seguridad Social es un arcano insondable.

No vamos aquí a sacralizar los valores del trabajo, que para algunos es vida y para otros el refugio de los que no tienen otra cosa que hacer, pero lo cierto es que experimentarlo, ya sea por necesidad o por descuido, facilita la empatía, que es lo que se echó en falta a la joven promesa del PP cuando comparó la actividad de una camarera de hotel que debía limpiar 400 habitaciones al mes para ganar 800 euros con las consultas de su hermano médico, que ya es un icono en el altar de las bobadas junto al primo de Rajoy.

Del trabajo Casado lo ignora casi todo y cree que el sudor se consigue jugando al paddle. Su mayor aproximación a los aceituneros altivos de Miguel Hernández fue su participación en la fiesta de la trilla en un pueblo de Palencia, que le puso perdidos los mocasines, y si alguna vez tuvo callos en las manos fue por aplaudir mucho en los mítines.

La empatía es muy necesaria para no herir al prójimo, para comprender lo que siente, para no ridiculizar a quienes buscan a sus muertos en las cunetas diciendo que "los de izquierdas están todo el día con la guerra del abuelo, con la memoria histórica, con el aborto, la eutanasia y la muerte", para manifestar respeto por los que han de aceptar ayudas del Estado para comer porque no todos son hijos de papá con clínica oftalmológica, para comprender que hay gente que limpia tu mierda y, en general, para ser una persona decente.

Trabajar no consiste en irse de vacaciones a Cuba para llevar una caja de ibuprofeno y ver a Oswaldo Payá, antes de que hiciera lo propio su colega Carromero y lo estrellara contra un árbol. En muchos casos, implica partirse el lomo, aguantar sandeces, resistir, porque aún no se ha inventado lo de vivir del aire, y si se inventara siempre habría amigos de Casado que se hicieran con la adjudicación y cobraran por respirar.

A Casado, tan liberal él y tan economista, habría que recordarle que desde Adam Smith el valor de un bien viene dado por el trabajo que implica producirlo y que a eso se dedica fundamentalmente el pueblo que aspira a representar. Su ignorancia no se cura con otro curso en Oxford ni haciendo pasillos en el partido sino, quizás, dándole un pico y una pala para que practique. Una gobernanta no es una mujer que gobierna, aunque a Casado, que no conoce otra cosa, le parezca rarísimo.

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