Tierra de nadie

Albert Rivera quiere ser Albert Rivière

Lo malo de las veletas es su incapacidad para las predicciones. No anticipan sino que constatan. A los gallos de los campanarios los mueve el viento y un día apuntarán al levante y otros al poniente sin mayor criterio. Sus principios son como el fluido que las maneja, marxistas a lo Groucho por eso de que siempre pueden cambiar de dirección en función de quien les sople, ya sea la tramontana o el lobo de los tres cerditos.

Para Albert Rivera, que es tan moderno que en vez de veleta aspira a ser giroscopio, la victoria de Macron en las elecciones francesas le ha proporcionado el referente definitivo en esa búsqueda constante de homólogos con los que compararse. Al de Ciudadanos la mimesis con Suárez se le ha quedado pequeña y los vientos de los que bebe le han hecho apuntar a Obama y a Trudeau, y ya en Europa a Renzi y a Clegg, antes de que la irrupción del banquero francés y exministro de Hollande le hicieran mirar hacia París en busca de ese jour de gloire suyo que no termina de arriver.

El viento es una energía poderosa siempre que uno sepa hacia dónde se dirige. El Rivera que hoy es Macron ayer era Valls, del que mentalmente se deshizo cuando el exprimer ministro perdió las primarias de los socialistas franceses, que no siempre se va acertar en las quinielas. A estas horas debe de estar lamentando no haber dado con el término correcto para definir al partido, que suprimió su orientación socialdemócrata para consagrarse al liberalismo progresista justo en un momento en el que la etiqueta de moda es el socioliberalismo que acaba de instalarse en el Elíseo. Viene a ser lo mismo pero dicho con más grandeur.

No basta con calcar un ideario porque las mismas causas no tienen forzosamente por qué producir los mismos efectos. La circunstancias que han aupado a Macron son particulares y, en cierto modo, engañosas. El suyo ha sido un voto en fuga, primero de los desencantados con la corrupción de la derecha que encarnaba Fillon y luego de los que huían del fascismo de Le Pen. El 66% de los franceses no son socioliberales sino funambulistas, capaces de mantener el equilibrio en una situación tan delicada como era introducir la papeleta en la urna con una mano tapándose la nariz con la otra.

Es difícil que un espejismo parecido llegue a reproducirse aquí porque los desiertos son distintos y las trayectorias muy diferentes. Nuestro increíble hombre cambiante tiene más viento que vela y la suya no ha sido una travesía corta como la de Macron sino un periplo que ya dura más de 10 años y por eso se le ve venir de lejos. Su centro es geográfico y no ideológico y la realidad ha ido arriando sus banderas de regeneración y modernidad hasta desnudar por completo todos sus mástiles.

El monsieur CAC de los franceses ha sido más listo que nuestro señor Ibex aunque ambos pretendieran lo mismo: rejuvenecer el continente y apuntalar el contenido. De la descomposición de los partidos tradicionales ha podido emerger Macron porque su ventana de oportunidad estaba abierta mientras que Rivera se estrellaba contra su propio trampantojo. Querría ser Rivière pero las falsificaciones no son traducibles.

Más Noticias