Tierra de nadie

La bilis de Corcuera o Corcuese

José Luis Corcuera, ex ministro del Interior de Felipe González, ha anunciado tras el triunfo de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE que deja el partido, pero la noticia en realidad no fuera tanto que se iba sino que estaba. A Corcuera se le ha visto muy cabreado, aunque esto sí que no es noticia porque ha sido su estado natural en los últimos quince años. Ese tiempo le ha permitido descubrir su verdadera vocación como tertuliano y estrella de la tele de los obispos, donde la bilis de la vieja guardia del PSOE contra los teóricamente suyos está muy cotizada.

Corcuera se ha ido echando pestes contra Sánchez, las mismas que arrojaba contra Zapatero, del que decía que era un populista autoritario y demagogo. Su encono venía de antiguo. El exministro se presentó un día en la sede de Ferraz y exigió a gritos ver al entonces secretario de Organización, José Blanco. Corcuera estaba muy madrileño, o dicho de otra forma, un poco cocido, y eso que no llevaba la bota de vino con el que montó un cirio del quince en el Bernabéu en un Madrid-Athletic. El partido había decidido dejar de pagar las facturas de los abogados de la antigua cúpula de Interior, entre ellas los de Rafael Vera y del propio Corcuera,  en el caso de los fondos reservados que se desviaban al pago de sobresueldos a altos cargos. Corcuera fue absuelto de malversación pese a las "sospechas" y su letrado, Leopoldo Torres, no cobró pero fue compensado con otros asuntos. Fue cuando empezó su particular guerra sucia.

La historia no ha tratado bien a Corcuera, en parte por el empeño personal del afectado. Sindicalista de la UGT y entonces delfín de Nicolás Redondo, el sindicato le consideró un traidor por su posición favorable a las tesis de Felipe González en la reforma de las pensiones. Dimitió y se integró rápidamente en la Ejecutiva del PSOE hasta su nombramiento como ministro del Interior, donde dejó para la posteridad una ley de Seguridad Ciudadana contra la que se manifestaba hasta el PP. Vista con perspectiva, la de Corcuera y su patada en la puerta era, en comparación con la ley mordaza de Rajoy, la declaración universal de los derechos humanos.

El electricista de Altos Hornos que llegó a ser ministro cultivó con esmero un papel de ogro que, por otra parte, le salía de dentro con la misma naturalidad con la que un perro ejecuta sus micciones en los árboles. Más que pretérito imperfecto del subjuntivo, Corcuera o Corcuese siempre ha sido un subordinado de un felipismo por el que siempre ha manifestado profunda adoración, incluso cuando no entendía alguna de sus decisiones como la de hacer diputado a Baltasar Garzón, al que pudo odiar libremente desde su renuncia al escaño un año después.

La manera de odiar de este gran jugador de mus es descomunal. Ha odiado a Garzón, a Belloch, a Margarita Robles y, en general, a todos aquellos que se negaron a cerrar las filas y los ojos a los crímenes del GAL y a los desmanes de Interior, entre ellos a los periodistas que los denunciaban. Ha odiado a Zapatero y a su 'happy pandy' y ahora hace lo propio con ese "incompetente" de Pedro Sánchez que quiere pactar con Pablo Iglesias, al que alguna vez le ha pedido que se quite los mocos para hablar de su dios Felipe. Con las bestias negras de Corcuera se podría montar un zoológico muy concurrido.

Ese mismo odio es el que alimenta a gran parte de la llamada vieja guardia del PSOE, que de ir de plató en plató dando carnaza con sus exabruptos a las televisiones de ultraderecha, pero no sólo a ellas, ha hecho su medio de vida. Los desafectos deben todo a esa partido al que tanto denuestan. Dan bien en pantalla como indignados o permanentemente cabreados. Corcuera es que lo borda, oiga.

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